Los perros y yo
Katya Adaui
Los perros unen a las personas. Eso dicen todos. Mi madre y yo, por ejemplo, nos comunicamos a través de los perros.
La primera perra que tuvimos con mi hermana fue Princesa. Se murió al parir. Nos permitieron quedarnos con una de las crías. La nombramos Mota.
Mota murió sobre los pies de papá –si hubiera sido un gato se hubiera escondido, en cambio buscó a su persona favorita– luego de comer el veneno para ratas que mamá había echado en la cocina.
Papá nos regaló dos perras. Les pusimos Cagney y Lacey, una era rubia y la otra, morocha, igual que mi hermana y yo, y tenían lenguas moradas. Las sacamos a pasear pocas veces, mamá las mandó a la azotea. Luego las regaló a dos hogares distintos. Papá se las llevó en su auto, yo me bajé antes.
A los quince años compré un cachorro. Se quedó dormido en mis piernas con el hocico sobre la mesa de la cocina. Mamá me dijo: «O él o tú».
Cuando mamá se fue de casa por segunda vez, mi hermana y yo adoptamos un perro de un albergue. Le pusimos Epílogo. Le dijimos a mamá: «Si pretendes volver, el perro se queda». No volvió.
Todos vivimos solos desde hace años.
Apenas me mudé, una amiga que se iba de viaje me entregó a Kión para que lo cuidase. Mis padres se conmovieron con él y por eso les regalé perros que rescaté de la calle. Me visitaban con ellos. Los observábamos morderse en el patio: para mis papás siempre estaban jugando.
Mamá no me habla. Dejé de mentirle sobre mi vida. La imagino buscando una crema que le exfolie el pasado. Decirle la verdad me ha costado su silencio. Y el de su perro.
Solo papá viene los domingos, yo preparo huevos fritos con arroz, mientras él pone la mesa. Trae dos cervezas, brindamos, vemos un concurso de adivinanzas en la tele: no gana casi nunca nadie, las respuestas son difíciles. Dice que mi madre cuida a su perro como si fuera un nieto. Le habla mientras plancha. No puede agacharse, pero lo hace para taparlo y darle en la cabeza el beso de las buenas noches. A veces quisiera ser el perro de mi madre, solo a veces.
Los vecinos del piso de arriba se lanzan cosas, se insultan. La mujer insiste: «Pégame si te atreves». Deberían tener un perro. Salgo al patio. Me apoyo contra el muro que da a su ventana. No pueden verme. Escucho. Escucho cada vez mejor. Todo es más claro ahora.
Me siento en casa.
Por lo demás, después de todo este tiempo, Kión, para mi sorpresa, extraña a las mismas personas que yo extraño.
Katya Adaui (Lima, Perú, 1977)
Es autora de las novelas Quiénes somos ahora y Nunca sabré lo que entiendo, y de los libros de cuentos Geografía de la oscuridad y Aquí hay icebergs. Vive en Buenos Aires y dicta talleres de escritura. Una primera versión de “Los perros y yo” formó parte de Algo se nos ha escapado, Criatura Editora, Uruguay, 2013.
Foto: Richard Hirano
Me encantó.
Directo. Sin sutilezas y a la vez todos los claroscuros necesarios.
Gracias!