Batalla campal

Batalla campal

Mariana Docampo

A mediados del 2023 estuve en medio de una batalla campal. A veces se da que vivís un tiempo largo de calma, en donde en apariencia no pasa nada y de repente salta a la luz el perro de tres cabezas, que había estado ahí agazapado todo el tiempo, pero vos no lo sabías. 

Desde hace casi dos años vivo en General Rodríguez, en un lote que me cedió mi mamá y donde construí mi casa, y los terrenos de al lado son de primos y tíos, que los tienen abandonados. Pasó que hace poco, unas personas con papeles truchos intentaron meterse en ellos, y al mismo tiempo hubo un intento de toma en la calle que linda con esos terrenos, y que está a pocos metros de mi casa. Es una calle con la maleza alta, que si bien ya no aparece en Google Maps, figura en los antiguos planos del barrio, que son de la época en que mi abuelo compró. Yo venía de un año conectándome solo con mis gatites y las plantas de mi jardín, absorta en la huerta, en la que comenzaban a brotar los ajos y las habas, y de repente tuve que salir al mundo y enfrentarme cuerpo a cuerpo con les intruses. Por un lado, lxs que querían usurpar los terrenos de mi familia, por el otro, lxs que querían tomar la calle. 

En plena noche cerrada, y en medio de una penumbra de thriller, un hombre con campera del municipio me pidió que apagara las luces del auto “por seguridad”. Familias con niñxs chiquitos y con palos se congregaron frente a los viejos alambres de púa enredados en los pastizales. Yo hablaba a los gritos. Oí un tiro a lo lejos, corridas. Se decía que la gente que quería ocupar unas y otras tierras estaba arreglada con funcionarios del gobierno y con la policía. Me informaron en Fiscalía, cuando fui a una audiencia de mediación a la que me citaron para resolver este tema, no sé si para advertirme, o para amedrentarme, que los asuntos de usurpación de tierras son la mayor causa de crímenes en la zona.

Defendí los terrenos familiares y públicos como si fueran míos, un poco debatiéndome entre la justicia social, la corrupción política, y mi propio deseo desatándose sobre la tierra baldía, pero sobre todo, con la sensación de que mi espacio era vulnerable. Lo único que tenía claro era que no quería que nadie usurpara esas tierras, que exclamé a diestra y siniestra estaban a mi cuidado, así que las defendí como si fueran mi propio cuerpo, aunque no fuera mío, a ciencia cierta. 

Mi tío, por teléfono, me alentaba a que sacara a relucir la jerarquía patriarcal de las conexiones: Decile al fiscal que sos sobrina de… cuñada de… De paso los volvía a ellos más grandes y a mí más chiquita.

No es casual que el lugar en el que vivo sea la herencia de mi abuelo militar, y luego, de una red de varones poderosos. Entonces, todo cobró dimensiones simbólicas: La violencia sobre el cuerpo-tierra. La tierra como un cuerpo de márgenes flexibles, un cuerpo que podría expandirse, o disminuir con las tomas, las de otrxs, la mía. En definitiva, un cuerpo en construcción. Pero también, un cuerpo que si no toma o no negocia, o aun haciéndolo, podría desaparecer. 

Una de esas noches, me desperté iluminada por la luna radiante que entraba por mi ventana. Había tenido una pesadilla en la que varios hombres cruzaban mi alambrado y entraban en mi jardín, arrojando sus puchos a la tierra. Entonces, yo tenía que irme y dejar mi casa. Sola, en mi cama y con las pléyades huyendo despavoridas, tuve la sensación de que mi batalla estaba perdida. 

En este punto emocional estaba yo en el minuto exacto en que recibí un whatsapp de Laura Arnés invitándome a presentar el libro Tomar las aulas. Son las clases de la materia Estudios Feministas de la UBA, que no sabemos si van a seguir, después te explico. 

Y en ese momento no se lo dije, creo que ni siquiera lo pensé porque solo un rato después se me hizo claro: ¿Justo en medio de un intento de toma me invitan a presentar un libro así? 

Porque ¿qué es “tomar las aulas”? No es tomar lo que alguien dejó vacante, sino más bien lo que algunos dijeron “esto es mío”. Pero ¿cómo y en qué momento se fundó ese derecho de posesión? 

Y cuando Laura me envió el libro me sumergí en sus páginas, a la luz de una lámpara proyectada sobre un piso que a veces me sirve como patio y que se abre al jardín, donde de noche deambulan negras mariposas, como buscando respuestas.

Libros como cuerpos, cuerpos como territorios, territorios como cuerpos.

¿Por qué dejar que avancen sobre tu cuerpo, mientras intenta construirse? Y ¿por qué permitir que otros instauren su posesión, de naturaleza casi abstracta, impidiendo que tu cuerpo se expanda en libertad, pisa el brote con su bota, no deja que nazca el pasto, ni que florezca el jardín que podría ser incluso el sueño mismo de esta tierra. Y del pequeño colibrí, y de la madreselva. 

En el conflicto por las tierras en la zona oeste del Gran Buenos Aires, en el que yo misma estaba jugando un papel, había muchos elementos a considerar: ideas y percepciones de lo justo, restos de una lógica decimonónica para pensar la propiedad privada, conflictos de herencia, tensiones de clase, tensiones de género, crisis económica, el capitalismo, los militares, el peronismo. Y al fin, el abandono del objeto, el cuidado del objeto.

En el fragor de la batalla necesitaba una tregua para pensar. 

Tengo una hermana empresaria, y otra hermana, que es huertera, me contó el otro día que cuando era chica, mi hermana empresaria, que es la mayor, le aconsejó: Nunca pidas permiso, en todo caso, pedí perdón. La lógica empresarial, con cierto matiz cristiano. Mi hermana huertera y yo queremos aprender de mi hermana empresaria la firmeza para plantarnos en la vida y no sentirnos pobres en ciertos círculos, dejando algunos puntos éticos en claro. 

En el mejor de los casos, pedir perdón por haber “tomado de más” podría dejar al descubierto el excedente que, llegado el momento, nos permitiría negociar para conservar (o expandir) el cuerpo propio… Sea como sea, determinamos, en conciliábulo, con mi hermana huertera: la tierra es de quien la habita.

Antes de mudarse a vivir a los Estados Unidos, y tras abrazarnos bajo las luces de un aeropuerto casi vacío post pandemia, mi hermana empresaria nos dijo, con la ceremoniosidad que la caracteriza: Hermanas, el país está en crisis, y cuando hay crisis, hay guerra. 

Yo nomás puedo decir que la noche del intento de toma, y en medio de una total confusión, me abracé en el pajonal con una mujer paraguaya completamente borracha que aseguraba a punta de machete ser también nieta de un coronel. Ella tomó hace unos años la tierra en la que vive, y que está justo en la esquina de mi cuadra. Esa noche nos unimos para defender juntas la calle baldía, por la que, de última, y si logramos que se abra y se ilumine, vamos a poder transitar las dos. 

Mariana Docampo (Buenos Aires, 1973)

Es autora de Al borde del Tapiz, El Molino (2do. Premio Fondo Nacional de las Artes), La fe, Tratado del Movimiento, La familia, V (3er. Premio Nacional de Literatura) y Estrella Negra; y la crónica autobiográfica Tango Queer Buenos Aires.  Es coautora del libro de entrevistas Sara Facio. La foto como pasión y co-guionista del largometraje Marilyn (Festival de Berlín). Es licenciada en Letras por la UBA y profesora de escritura en distintas instituciones y de manera privada. Desde el año 2011 dirige la colección “Las antiguas” de la editorial Buena Vista dedicada al rescate de obras de las primeras escritoras argentinas.  Es la fundadora del espacio Tango Queer de Buenos Aires y organizadora del Festival Internacional de Tango Queer.
Foto: Jorge Docampo

 

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