Al ver sus imágenes pienso en la figura de emerger, de salir a la superficie. La naturaleza, prismas gigantes rodeados de animales o personas, la noche, espacios abiertos y extraños. Imágenes que pujan por salir de lo abisal, del imaginario, de algún lugar desconocido. A través de la inteligencia artificial Ariadna genera escenas que piensa, sueña, tal vez desea o recuerda. Describe minuciosamente las palabras que crearán la imagen, corrige y vuelve a probar con otras hasta lograr lo que más se acerca a lo imaginado. Las piensa, las sueña, las desea.

El encierro y la pandemia a muchxs nos paralizó, nos pausó. Ariadna dejó de fotografiar como ejercicio diario y encontró la manera de contar a través de capturas de cámaras de seguridad de todas partes del mundo, sobre todo lugares aislados, donde podía contemplar el comportamiento de los animales, la noche, escenarios desolados a kilómetros de distancia. 

Esas imágenes que son parte de otro trabajo no son muy diferentes de las generadas con inteligencia artificial. Hay algo que parece común, tal vez, el clima que genera la noche y la soledad donde suceden cosas extraordinarias, misteriosas, inexplicables. Más allá de eso hay algo muy potente que excede el medio con que construye las imágenes. Ahí está Ariadna. En la observación paciente, sensible, completa de sentido. En cómo la fotografía la interpela.  Eso une todo su trabajo.