














Presentación de La forma breve N°4
El domingo 21 de septiembre de 2025, en la Casa Cultural Víctor Jara (Parque Patricios, CABA), presentamos el número cuatro de La forma breve. Proyectamos fotos del ensayo Silencio de la fotógrafa peruana Lucero Alomia, curaduría visual de este número. Los presentadores fueron los queridos Pía Bouzas, Jorge Consiglio, Carolina Esses y Léonce W. Lupette, que dijeron palabras hermosas sobre la revista. Jorge Consiglio dijo que leer La forma breve era como leer un largo poema y, ahí nomás, nos hizo el piropazo de mencionar “La gran salina” de Ricardo Zelarayán. Para cerrar, Léonce contó de la amistad que lo une a la poeta yugoslava Olja Alvir y leyó algunos poemas que tradujo especialmente para este número (más un bonus track en alemán). No nos acompañó el sol ni el calor pero sí una banda de amigos y amigas, lectoras y lectores. Qué bueno dejar por un rato la vida digital para escucharnos las voces y celebrar en carne y hueso. Gracias a todos por haber venido. Y a Manju, Alejandro, Milton y la cooperativa de la Casa Cultural Víctor Jara (el sur también existe) por habernos recibido con tanta buena onda. Abajo reproducimos los textos que leyeron Pía y Carolina.
Pía Bouzas
Hoy celebramos la primavera y el cuarto número de La forma breve. Estos últimos años han sido tiempos de vivir en jaque. Al acecho y acechados. En busca del aire, el agua, la alegría, el mango (y no me refiero a la fruta), aunque pensándolo bien, por qué no, podría ser: buscamos procurar el alimento y el placer dulzón todo junto, porque todo está siendo atacado. Y en esta circunstancia (desde 2023 año inaugural): esta revista hermosa. La forma breve nos llega con nombre austero, nombre de geología discreta y precisa. Como una piedra entre otras piedras, sin grandilocuencia, con espíritu de literatura menor. Y sin embargo, en la sutil morfología de una piedra, de una laja o de un guijarro, sabemos que está la montaña entera.
Recorro los textos, me dejo llevar plácidamente por la diversidad de su forma: entrevistas, poemas, traducciones, crónicas, ensayos, cuentos, fotografía. Textos heterogéneos y además híbridos: relatos que son ensayos, crónicas escritas en verso, entrevistas que son conversaciones, álbumes de fotos de familias ajenas. De repente, la forma breve no parece aludir a la extensión de los textos sino a otra cosa, a otra escritura, quizá, a una forma que no dependa exclusivamente del mercado ni del canon literario (ambos expertos en distinguir y valorar –o menospreciar– géneros mayores y menores, altos y bajos) y que tampoco dependa exclusivamente de la intención de quien escribe. Prefiero pensar que hay un espíritu de época en esta forma breve. Esta vida en jaque pulsa textos camaleónicos, inclasificables, que llevan al lector por una narración o lo sacan al ruedo a que piense, a que ate cabos, a que busque imágenes; son textos que han encontrado su modulación propia en la voz (y no en lo que cuentan), una voz que se apropia o manotea de todos los recursos que tiene a disposición, pero no por angurria sino por necesaria ruptura. Como si se promoviera un reencuentro en un país que ninguno conozca (esta idea hermosa la tomé del portfolio de la fotógrafa). Me llamó la atención la singularidad de cada voz, cada una encuentra una forma de decir propia. Pero a la vez todas son voces inestables, como de quien habla una lengua extranjera: a veces de manera muy evidente, como la poeta yugoslava y el poeta ruso que han dejado su tierra, que han perdido un país (porque, como dice Léonce Lupette, ese país como utopía soñada ya no existe; ¿y no es algo que cualquiera de nosotros podría suscribir?). A veces la inestabilidad es la de quien regresa al mundo después de una pandemia –todo vacilante, todo desencajado–; o de quien se entrega a un ejercicio autobiográfico más delirante que realista: una vida signada por los ojos de las moscas y su potente visión panorámica. A veces se debe al paso del tiempo: madres e hijas que se reencuentran al desprenderse de sus objetos preciados, soñados, –un zapatito, una cartera–, y ponerlos en el mercado de usados.
Personas inestables, eso somos, ¿no? Personas puestas una y otra vez a observar y a escuchar con atención; el mundo es otro, la tierra es otra, la naturaleza es otra; se seca, se quema, se inunda con violencia y velocidad. Cómo hablar, qué palabras decir, cómo habitar, son algunas de nuestras preguntas hoy. Asombra cómo todo esto late en los textos: hay gente de río seco y gente que se refugia en la pampa, que viaja a Salta o a una playa como si fuera otro país, o la primera vez. Se trata, como señala en el texto Mercedes Araujo, de la lucha por el agua y por los jardines: la supervivencia y la belleza, lo sutil. Son escrituras que buscan los nombres de las cosas: ¿aromos o matas achaparradas?, que corren de Connecticut a Mar del Plata, que nadan en interlenguas, en traducciones. Adriana Vega Mackler comenta en su texto que en cierto momento volvió al ejercicio de la traducción de poemas para encontrarse a ella misma, para, cito, “redefinirse y reinscribirse”. Lo que al principio resuena como una paradoja podría no serlo: quiero una voz que me preste su mirada y mirar el mundo a través de la voz de otro. Salirme de mí para volver. ¿No es una sencilla definición de todos nosotros como lectores?
Vuelvo al comienzo: estamos en jaque y hay tres mujeres que llevan adelante esta hermosa revista. Desear, creer, hacer. Eso hacen Cecilia, Alejandra y Noelia y convocan a su suave aquelarre a amistades, afectos y escrituras. ¿Cómo hacen para que los textos que publican dialoguen entre sí de esta manera tan profunda y ligera a la vez? ¿Cómo hacen para que todos los textos se luzcan? Cuando me convocaron para este número me invitaron a escribir sobre mi relación con la lengua mapuche. Les dije que sí, que me encantaba; al tiempo les dije que no, que no podía, que estaba trabada. Me dijeron: escribí sobre lo que quieras. Sé que estas idas y vueltas ocurren y ocurrieron con otros y otras escritoras. Y así, y con eso, y quizás por eso, por esa libertad que proviene de una certeza profunda, han logrado esta reunión palpitante, heterogénea e híbrida de textos que son a la vez un refugio para los tiempos que corren y una salvaguarda para los tiempos por venir, para no olvidar cuál es el rumbo, la geología de las cosas. Muchas gracias, chicas.
Carolina Esses
Gracias Noelia, Ceci y Alejandra por la invitación. El día de hoy no lo demuestra pero es algo así como una promesa: al final, llega la primavera.
El tema de la forma es uno de los temas fundamentales para quienes escribimos. “Persigo una forma”, dice Darío. Yo, hace rato que vengo pensando en “la forma breve”. ¿Qué es? Nunca fui del cuento, siempre estuve más cerca del poema y de la novela, dos puntas de un mismo arco –la condensación y la extensión– y aunque la mayoría de los poetas también tienden al cuento nunca antes me había llamado la atención. Quizás esta reticencia tenga que ver con mi ansiedad: prefiero arrancar a escribir/leer algo que me va a llevar mucho tiempo, estar horas y horas metida en el mismo universo. Saber que el final está lejos, lejísimo me da tranquilidad, me anestesia. Como la muerte: me alcanza con una. Con el poema sucede lo contrario: está ahí, aparece, se ve a simple vista, es una fotografía, todo el poema un puro presente: pienso el poema como el resultado que arrojan los dados sobre un paño verde. Una suerte de máquina sensible.
Y sin embargo acá estoy, hace tiempo ya incursionando en textos breves.
¿Qué pasó? Dos hallazgos: uno de Louise Glück que en uno de sus poemas dice que el final está dado por la forma. La forma misma de un texto contiene su final. Y otro de Denise Levertov: la forma está dada por el material. Esta idea de que toda narración contiene ya su propia forma, y que la función de la escritora es encontrarla me resultó maravillosa. La escritora entonces no debe hacer sino descubrir la forma y luego, siguiendo a Glück, dejarse guiar hasta el final. Un hallazgo que me llegó en el momento justo: esa suerte de novela que había empezado a escribir me resultaba aburrida, previsible. Pero no tanto lo que quería contar, sino la experiencia de escritura. Como decir, ¡otra vez lo mismo! Entonces di un giro, dije: vamos a experimentar. Vamos a agarrar otras materias narrativas –ideas, imágenes, recuerdos– y vamos a ver qué forma adoptan. Por ejemplo, cuando fuimos a vender ropa usada con mi mamá, esas anotaciones con las que llené hojas de la libreta, ¿qué se puede hacer con eso? ¿Y si lo combino con esto que me contó una amiga hace años sobre los osos que hurgan la basura en el norte de Estados Unidos y Canadá? ¿Y esta suerte de ensayos que escribo con lo que queda afuera de los 2700 caracteres de las reseñas del diario? Y algo más: empecé a charlar con Ceci Ferreiroa sobre sus cuentos. Hacía poco nos habíamos hecho amigas. Fue iluminador. Me recomendó a John Cheever; “es de una fineza”, me dijo. Me pasé el verano leyéndolo como loca. A la par de sus diarios. Fue como si hubiese tomado un curso intensivo. Entonces: así llego acá: a través de dos poetas amadas –Glück, Levertov– y de una amiga que me despertó las ganas de experimentar.
Esta breve introducción viene al caso. Si hay algo en este número de La forma breve (y recalco el hecho de la palabra “forma”, no “texto”, que no es lo mismo, la forma siendo algo modelado casi desde adentro, orgánico, que va mucho más allá del texto) es la de la escritura como una forma del afecto. Frase que le robo a otro amigo poeta: Carlos Battilana. Cada uno de los textos que leí en este número me llevó a esa idea.
¡La fuerza y la belleza del texto de Mariana Komiseroff! La forma en la que cuenta su amistad con Ángeles Alemandi, autora de Como si nada llorase en el monte. Cómo transmite el entusiasmo que le provoca esta novela que sucede en el campo –Komiseroff se mudó a Toay en la pandemia y Alemandi a General San Martín, ambos pueblos de La Pampa; pero ya sabemos que las distancias en Argentina son siempre enormes. Cuenta Komiseroff que conoció a Alemandi en un festival: “Lo que más me cuesta de vivir en un pueblo es la falta de vida cultural, dijo ella. Lo que a mí más me cuesta es hacer amigas, le respondí yo”. No puedo dejar de conmoverme: si la amistad en general es quizás el vínculo más genuino, la amistad entre mujeres es poderosísima. El texto de Komiseroff es tan sincero, hay tanta “verdad”, como diría la querida Irene Gruss. La migración al campo, el proyecto cultural que fracasa, las mujeres que leen en grupo, el paisaje que cobija y expulsa al mismo tiempo.
Algo similar pasa entre Léonce W. Lupette y la poeta yugoslavienense (así se define ella, dice él, entre su Yugoslavia natal y la Viena en la que vive) Olja Alvir, el encuentro entre el traductor y la palabra de ella, el juego que se instala en esos poemas (dice la poeta: “Qué pasa cuando lenguajamos/ ardemos cual bengala/ en una mandarina”), pero sobre todo el puente. Solemos decir, o hay quien dice, que solo importa la escritura, que se escribe porque no hay más remedio (solo sé que siempre voy a seguir escribiendo, afirmación que Irene Gruss refutaría en medio segundo), pero yo ya no estoy segura. El relato, el poema, la entrada de diario, la pequeña crónica: es una carta susurrada a alguien, una mano que se extiende y le toca el hombro a alguno, algune que pasa, se escribe desde el amor -a las palabras, al lenguaje-, aunque lo que se escriba no sea amoroso. Una síntesis perfecta de esto es un poema hermoso que Elisabeth Bishop le escribe a Marianne Moore (“Invitation to Miss Marianne Moore”), en el que Bishop repite una y otra vez: From Brooklyn, over the Brooklyn Bridge, on this fine morning, please come flying. Me corrijo: no lo repite, no lo dice en abstracto. Se lo pide a ella, a su amiga; por favor, cruzá el puente, vení a verme. Algo así como decirle, por favor, tocame con tus poemas. Así que coincido plenamente con Lupette cuando dice que la literatura es una escritura afectiva, que los libros son cartas a los amigos.
La crónica de Pía Bouzas, ese ir y venir con relación al turismo y sus lugares comunes, o no tan comunes –Bouzas tiene la escuela de Hebe Uhart y sabe que no hay que pararse por encima de nadie a la hora de escribir–, sobre todo esa necesidad de vivir la experiencia desde un lugar personal, particularísimo en relación al paisaje y a las palabras que lo nombran ya sea en castellano o en mapudungun, ese asomarse al tiempo que parece detenido afuera nuestro. Bouzas es la viajera que observa con un tono pausado, llena de imágenes que se condensan para mostrar ese Cajón del Azul, no el de la foto de google, por supuesto, sino el de ella, el personal.
Otra vez el viaje: fragmentos de los diarios de Daniel Tevini. Nada como los viajes para las derivas, “viajamos equívocamente al oeste para ir ahora hacia el norte”, dice y lo que sigue tiene el tempo de la vida de viaje, subir a un auto, bajarse de un auto, mirar el paisaje, responder las preguntas sencillas pero fundamentales, ¿usted a qué se dedica?, y cosas así. Hay una ligereza en este tipo de textos, algo que los aleja de cualquier pretensión literaria y que por lo tanto les da una entidad literaria enorme.
Son anotaciones, bocetos. Es el poema de amor de Muñoz a los ojos de una amada, pero lo que los ojos recogen o reflejan no es el lugar común de lo romántico sino los restos, la vajilla sucia, la belleza de lo cotidiano y el miedo a lo desconocido que siempre se esconde en aquel o aquella a quien amamos. Si la literatura es siempre y ante todo libertad de acción estos textos permiten ese vuelo: despojados también del libro como soporte, en su casa digital, vibran. Y lo hacen, como bien sabemos, siempre en el detalle.
Así va: de detalle en detalle Jorge Consiglio. Cómo me hice visitador médico, podría decir, cómo fui a parar a Mar del Plata a los once años, cómo volví y fui cientos de veces al Finochietto a encontrarme con ese busto de Perón al que le falta un pedacito, cómo caminaba por la playa porque no había plata para hacer otra cosa, cómo llegué hasta acá, cómo llegue a ser escritor. Idas y vueltas del lenguaje, vaivenes: la escritura es siempre un viaje porque cuando deja de serlo se enfría, queda la carcasa, la técnica, el andamiaje.
“Pensás en tu casa”, dice uno de los poemas de Eloísa Oliva, “Pero tu casa ya no es tu casa. Es un juntadero de mesas, sillones, camas, lavarropas.” Una los lee y ve esos paisajes movidos, esas fotos de mar y eucaliptos que pronto se tirarán abajo para plantar otros hasta que la tierra no pueda más. ¿A dónde se vuelve cuando se vuelve? ¿Hay dónde volver? Estos son poemas en tránsito, alguien que regresa a una playa en la que ya estuvo solo para confirmar que nada sigue igual. Los poemas de Matvei Yankelevich en las versiones de Adriana Vega Mackler, parecen dialogar en su modo tan ruso –aunque escritos en inglés, entiendo– con los de Eloísa. Esos paisajes invernales: “sostengo el viento, admiro su color. Mil árboles y nadie que hable, no hay luz”.
En el texto de Mercedes Araujo a las imágenes poéticas, al paisaje desértico que ella trabaja tan bien se le suma la crítica al sistema: a las hermanas que cultivan flores se les escatima el agua. El agua solo para el trabajo productivo, les dice el inspector del cauce; ¿y para nosotras qué?, parecen insistir las hermanas y nos solidarizamos con ellas porque nosotras, nosotros, nos dedicamos al oficio más improductivo del capitalismo, para la literatura sí que no hay subsidios, ni programas, ni promesas, porque es cierto: no mueve ni un milímetro la economía.
Me falta la fotografía: esas imágenes intervenidas de y por Lucero Alomia, fotos rotas, imágenes sobreimpresas cercanas al collage. El título “Silencio” (“hay diferentes formas del silencio”, dice Komiseroff o algo parecido, porque el silencio encierra una cantidad de ruidos, internos y externos, el silencio del campo no es el de la ciudad, y esto se ve en las fotos de Lucero Alomia: cómo habla el silencio.) Las texturas, esa suerte de familia, que se desarma y se arma, siempre móvil, enigmática. Bellísimas las palabras de Noelia Monópoli, porque es ahí, en el encuentro de ella con las fotos, en lo que ella ve y me cuenta, que vuelvo a sentir la vibración del diálogo, de “elegí estas fotos para vos”, la mirada llena de afecto. Y entonces, una vez más, el arte podríamos decir, nos deja menos solos. O sencillamente: nos habla.

Pía Bouzas (Buenos Aires, 1968)
Es autora de los libros de relatos El mundo era un lugar maravilloso, Extranjeras, Un largo río, Una fuga en casa y Mundos en disolución (2023); también del poemario Rutinas materiales (2023). Con Eduardo Muslip trabajó durante varios años en el archivo de Hebe Uhart. De ese trabajo surgieron dos compilaciones inéditas de la autora, publicadas por A.Hache (2025). Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Actualmente enseña literatura y escritura creativa en la Universidad de las Artes y en NYU Buenos Aires. Aunque su vida es muy urbana, cada vez que tiene la oportunidad prefiere caminar por bosques y montañas.
Foto: Mailén Albamonte

Carolina Esses (Buenos Aires, 1974)
Es Licenciada en Letras, poeta y novelista. Publicó los libros de poemas Temporada de invierno (Bajo la luna, 2009; Entre Rios Books, Seattle, 2023), Versiones del paraíso (Del Dock, 2015) y Un brote de pino (Premio Tiflos 2024; Editorial Renacimiento, Madrid). Como novelista publicó Un buen judío (Bajo la luna, 2017), La melancolía de los perros (Bajo la luna, 2020) y Flora de perfil (Emecé). Es también autora de varios títulos de literatura infantil. Colaboró durante muchos años en Ñ, la revista cultural del diario Clarín, y ahora escribe en “Ideas” del diario La Nación. Trabaja desde hace quince años en la red de bibliotecas públicas de la Ciudad.
Foto: Alejandra López

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