Sobre Bocetos de natación, de Leanne Shapton

Sobre Bocetos de natación, de Leanne Shapton. Editado por Blatt & Ríos (2022)

Cristian De Nápoli

Verano del 92

Con su título original Swimming Studies, este libro se dio a conocer en Nueva York en el año 2012. Previo a su aparición, la autora –entonces con cuarenta años y un trayecto bastante asentado como escritora, ilustradora, historietista y jefa de arte en periódicos– había logrado anticipar en las páginas del New York Times algunos de los capítulos o “sketches” que componen el libro –bocetos: palabra que la traductora, Laura Wittner, elige trasladar al título de la edición en español, seguramente al tanto de que una traducción literal de “swimming studies” carecería de gracia. Pero relevo este hecho: en 2012 Leanne Shapton tiene o está a punto de cumplir cuarenta años; no sólo se insertó con éxito en otras áreas y profesiones sino que ya pasó exactamente la mitad de su vida lejos del ambiente de la natación competitiva, del cual se retiró en 1992. Es importante subrayarlo porque el talento y la minuciosidad para dar cuenta de esos años donde llegó a integrar el equipo olímpico canadiense nos hacen creer que Shapton está hablando de lo que le pasó ayer a la mañana. Las rutinas, los disgustos, las broncas, las alegrías: todo está vivo y cargado de detalles desde el primer día de pileta olímpica a comienzos de los 80 hasta el verano del 92.

Tener un perrito

Pienso en una constelación de libros de atletas escritos y publicados a poco de andar este siglo, con un podio –arbitrario, sujeto a mis límites de lector– integrado por el Open de Agassi (2009), este Bocetos de natación y Una historia sencilla de Leila Guerriero (2013). Del último hay que decir que no es un libro de memorias –el atleta es el narrado, no el narrador– y añadir una aclaración innecesaria para quien lo leyó: si bien es cierto que el héroe es un bailarín, también lo es que todo el entramado que hace a la escritura en Guerriero y al sentido social de la actividad en el mundo del malambo pasa por la construcción del bailarín como atleta (sacrificio, concentración extrema, preparación de años, privaciones autoimpuestas, etc.). Como Una historia sencilla, el Open de Agassi exacerba esa dimensión sacrificial del atleta –en este caso un tenista– al tiempo que nos dice cosas que en otros deportes –pienso en el fútbol– parecen no existir. Por ejemplo la desarmonía entre la vida como tenista y la vida familiar con mujer (Stephanie Graf) e hijos. A diferencia quizás de los hijos de Messi, los de Agassi no quieren estar en la cancha y sobre todo: quieren que su papá pierda. “¿Entonces si hoy perdés vamos a poder tener un perrito?”, es decir, ¿una vida de familia? Estas y otras cuestiones llevan a Agassi a sostener que el tenis es el deporte más solitario. Así las cosas, ¿qué tiene un nadador olímpico para decir? Su entrenamiento es tumultuoso, recorremos las páginas de Bocetos de Natación y siempre hay otras nadadoras, hay equipo, hay chistes, hay chicos lindos, hay canciones medio berretas de Dire Straits que alegran el día, cassettes que X regala a Y, flota en el aire una sensación de estudiantina que sale a festejar su UPD (último primer día). Sin embargo… Hay que leerlo. Una vez leído es difícil darle la derecha a Agassi en eso de que el tenis es el extremo del deportista solitario.

Tiranía y amor

La expresión “alto rendimiento” se aplica a todos los deportes, pero en algunos lo hace con más rigor. En la natación competitiva, el entrenamiento y el sacrificio no hacen agua por ningún lado. “Amo la natación 24 horas al día (cuando no nado sueño que nado)”; “Si la natación fuera fácil se llamaría hockey”, rezan los carteles en los entrenamientos a los que asiste la joven Leanne, nuestra nadadora que se prepara para representar a Canadá en las Olimpíadas y que pronto, antes de tiempo quizás, cambiará la d por la r: nuestra narradora. Concentrada a más no poder, inmersa en un estado de “animalidad indiferente” que llega a la paradoja de descorporizarla, pone su despertador a las 4.30 todos los días, hace pis, se pesa, elonga y sale a su rutina de seis horas en la pileta, cada día igual. Sentir la caída y el peso de la nieve afuera, intuyendo ese frío de la madrugada que otras personas describirían como severo. Disponer, sobre un picaporte a poca distancia de la cama, la bombacha y el corpiño de modo tal que el cuerpo ya comience a estirarse y exigirse aún sin salir de la plácida horizontalidad, apenas corrida la frazada. La relación con los alimentos: dialéctica del ayuno y el zarpe. Privarse de tortas y donnas por una semana antes de la competencia y, a cinco minutos del lanzamiento, clavarse un cucharón de azúcar: chutarse. “Precalentar”: verbo que enlaza el entrenamiento deportivo (bien hecho) y el alimentarse (a las apuradas), muy usado. Y, en una dimensión peculiar, la figura del instructor como un todo: “guardián, padre, madre, jefe, mentor, carcelero, médico, psicólogo y maestro”, además de ser el hombre que indefectiblemente “me rompió el corazón” (Ejercicio recomendado: leer este libro con el tema Coney Island Baby de fondo: “I wanna play football for the coach” canta Lou Reed, que de chico fue atleta y le quedó en el cuerpo). El instructor con una caja de cuarenta donnas todas iguales que te esperan cuando salgas del cloro. Tiranía y amor.

De lo competitivo a lo recreativo

Y la natación es también de los deportes donde más difieren -en todo aspecto, en lo global de la rutina, en cada instante de la sensibilidad y cada milímetro de la piel- la preparación competitiva y la práctica recreativa como bañista, amante de las piles y los ríos. No deschavo nada –el libro lo aclara a poco de andar– si digo que Leanne renuncia a la competición antes de tiempo, para sorpresa y disgusto de su entrenador, y por razones que en todo caso descubrirán los lectores. Pero dos cosas la acompañarán luego: la frustración y la dicha. Su devenir bañista ocurre y punto. Un día ve a su novio disfrutar en el agua y dice “uau, parece que el agua se disfruta”. Estoy exagerando, pero no mucho. Leanne narradora emerge. Viaja, conoce piletas de todo el mundo, saca turno y se tira como cualquier ciudadana, como cualquier bañista. Dos grandes habilidades afloran: una es un manejo óptimo del tiempo narrativo (ella ya nos contaba, en su primera vida, que “En un entrenamiento el tiempo pasa con precisión; cada minuto -cada segundo- se siente y se reconoce. En otras palabras, el tiempo pasa despacio”). El otro don es más poético, más rimbaudiano, y tiene que ver con la generación de sinestesias: relaciones entre olores e imágenes, colores de piletas y sabores, canciones y (restos de) cosas. Leanne, además, mecha su relato con hermosos dibujos bocetados, y establece correspondencias entre cada pileta que conoció o cada traje de baño que calzó con toda una serie de cosas que involucran otros sentidos. Eso a pesar de, o gracias a, la omnipresencia del cloro.

Cicatrices

Cierro con Leonard Cohen, otro canadiense que descolló en dos disciplinas. Escribió Cohen: “Los niños muestran sus cicatrices como si fueran medallas; los amantes las usan como secretos que un día revelarán”. Quizás también se trate de estrategias complementarias, y por cierto la mayoría de nosotros oscilamos en la interpretación de nuestras cicatrices, ni que hablar de las heridas que las causaron. Escribe Shapton: “Hoy cuando nado entro al agua como si me tocara una cicatriz distraída” (absentmindedly). Este bellísimo libro de la experiencia alcanza, también, esa dicha de dejar la mente ausente luego del esfuerzo y la concentración requeridas. No hace falta en lo más mínimo haber sido nadador(a) para disfrutarlo; sí, quizás, llevar una marca de otro tiempo, otra vida.

Cristian De Nápoli (Buenos Aires, 1972)

Escritor, traductor y librero. Sus traducciones del portugués nos hicieron descubrir a Ana Paula Maia y Marcelino Freire. Alguna vez tuvo un sello editorial, Black & Vermelho, y organizó un populoso y recordado festival de poesía, Salida al Mar. En los últimos años abrió y atiende la librería Otras Orillas, en Buenos Aires. Semana tras semana recomienda clásicos, rarezas y novedades a sus clientes y a sus fanáticos seguidores de las redes. Publicó cinco libros de poesía (Los animales y El pueblo le canta a sus familias disfuncionales, entre ellos) y una compilación de cuentos, Darth Vader y yo. Su último libro es En las bateas expuestas. Crónicas del amor y el hartazgo con los libros, Añosluz editora, 2020.
Foto: Catalina Bartolomé

cropped-la-forma-breve-version-FINAL-1.png

2 respuestas

Añadir un comentario

No se publicará tu dirección de correo electrónico. Los campos obligatorios están marcados con *