Sobre Seúl, São Paulo, de Gabriel Mamani Magne
Carime Morales Salomón
Dos personajes en busca
1.
Se llama Tayson. Al principio es un niño blanco y achinado que ha nacido en Brasil en el seno de una familia boliviana, y es la razón por la que me gusta esta novela. Después será un vendedor de pochoclos, un voceador de minibuses, un desertor, un enamorado, un gordo, un busca. En parte, soy yo.
No es el protagonista de Seúl, São Paulo. Lo conocemos a través de su primo, el narrador, que tiene su misma edad. La familia Pacsi es una familia grande. Una abuela, ocho hijos (de los cuales cuatro han migrado) y su respectiva prole. La novela cuenta el paso de la adolescencia a la adultez del narrador y de su primo, que están en los últimos meses de escuela.
En Brasil hay una guerra comercial entre bolivianos y coreanos. Unos tienen la entrada prohibida en los locales de los otros. Pero Tayson, por sus rasgos, pasa por coreano, compra ropa y los suyos la copian y mejoran. Es una mina de oro hasta que la adolescencia hace aflorar sus rasgos aymaras y no puede seguir con su labor de espionaje. Entonces lo mandan a La Paz para que se haga boliviano en serio. Ahí arranca la novela. El narrador (lo vamos a llamar Pacsi, como le dicen en el servicio militar, porque el autor de este libro no quiso ponerle nombre de pila) está sentado con su primo, yendo al cuartel.
Es una especie de novela de aprendizaje. Cómo quisiera decir que cuenta la manera en la que Pacsi descubre lo que es ser hombre, boliviano, migrante, aymara. Cómo me gustaría contar que leyendo este libro me fui a dormir sabiendo qué significa ser algo de eso. Pero es una novela que desarma todas las identidades, que no permite a ningún personaje “ser” algo definido, aunque les pregunta todo el tiempo qué son.
Gabriel Mamani Magne (1987) es un escritor paceño que ha ganado casi todos los premios nacionales que tiene Bolivia: cuento (2018), novela (2019), novela juvenil (2010), literatura infantil (2012). Le falta el de poesía, pero leyendo algunos pasajes de Seúl, São Paulo habría que animarlo a ir por el Yolanda Bedregal.
Es su segunda novela. La comenzó a escribir cuando vivía en Brasil y conoció la colectividad boliviana carioca, y la terminó en el invierno paceño. La Paz es un lugar frío todo el año, y todavía más frío es El Alto, la ciudad donde transcurre casi toda la novela. Esas temperaturas, los olores, las texturas, aparecen en el libro con maestría.
Hay algo de juventud en la escritura de Gabriel, no solo en sus personajes. Se da gustos. Como si fuese la primera vez que entra a un patio de juegos, se sube a todos. Escribe escenas de futbol, de boxeo, de sexo, de baile, de valentía, de derrota, un poema, una cumbia, un diálogo en aymara. Creo que algunas de esas escenas tienen más que ver con su deseo de escribir que con la estructura de la novela en sí, pero la idea de leer el deseo de alguien probando géneros a mí me encanta.
3.
La tapa de la primera edición de Seúl, São Paulo (3600, 2019) es roja y tiene un dibujo de una montaña de cuerpos sobre la que descansan tres soldados. Parecen jóvenes, despreocupados, y zombis. La segunda edición (DumDum, 2020) es celeste y tiene una caricatura de un militar gritando. La edición española (Periférica, 2023), una silueta de un cholet.
La tapa de la edición argentina (Sorojchi, 2021) es blanca y tiene un mapa que une a Bolivia, Corea del Sur y Brasil. Pero la ausencia de El Alto o La Paz en el título no tiene que ver con que no hay camellos en el Corán, si no con el final y con la idea de la identidad como algo que no termina de ser. Dice: “Bolivia es el polvo formando caras, es el barro, la lluvia, mi casa, la abuela. Es: ”. Termina así, en dos puntos. Lo contrario al sí, sí, sí, termina en la negación, en el silencio. Por eso no aparece en el título.
En este libro, la identidad boliviana es una identidad migrante, movediza, hecha de canciones peruanas, de tíos que contrabandean en la frontera chilena, que fracasan en Argentina, que triunfan en Brasil, de bailes coreanos, pero también de nacionalismo militar y de la negación de sí misma. ¿No es así toda identidad, movediza?
Y si hay algo que es Tayson es movimiento. Como si hubiese conocido a un nuevo amigo, hablo de él acá, en terapia, en la sobremesa. No es casual que lleve el nombre de un boxeador, un bailarín. Es un personaje inestable, por momentos coreano, por momentos brasilero, por momentos aymara. Entre sus mil vidas, esa odisea sin épica, aparece el amor por el baile de k-pop. Su primo lo va a ver y narra: “Como si tuviera alas. Como si no pesara. Cuando Tayson baila los kilos de su cuerpo parecen abandonarlo. De ser una bola de grasa pasa a ser una bola de helio, y por un instante me da la impresión de que tanta cadencia lo hará volar por los aires. Que me lleve, pienso, que me deje colgar de alguno de sus zapatos y me traslade hasta su amada Corea”.
Una amiga me dijo una vez que lo más interesante de la literatura boliviana se está escribiendo en el Alto. A los tres meses me dijo que lo más interesante de la literatura boliviana se está escribiendo en Santa Cruz, no hay por qué confiar en ella. Lo que sí es verdad es que dos años después de Seúl… se publicó Los hijos del Goni de la escritora Quya Reyna. Un libro de crónicas increíbles que hablan desde la mirada alteña. Los personajes son envidiosos, avaros a la vez que generosos, casi todos comerciantes.
Se dice que la feria del 16 de julio, uno de los mercados más grandes de Latinoamérica, es el paraíso del liberalismo. Nadie paga impuestos y hay muchísimo contrabando. Este es el escenario de los dos libros. La convivencia entre el individualismo extremo y una cultura profundamente comunitaria es permanente. Es llamativo, expresan una convivencia y no una tensión.
El escritor italiano Erri de Luca cuenta en sus memorias que se fue de casa muy chico y anota esto, que predice nuestra realidad y la de Pacsi: “Experimenté la libertad, que no es un listado de derechos a gozar sino una derrota. Si no es casi un desierto, no es libertad”.
Mi tapa imaginaria para la novela de Mamani es verde y tiene una ilustración de un mercado gigante. En ese mercado está la abuela, que tiene un monolito ancestral en el medio de la sala desde hace siglos. Acaba de recibir una cocina como regalo de cumpleaños, traída por su hijo contrabandista.
Carime Morales Salomón (La Plata, Argentina, 1989)
Es librera, editora y escribe poesía. Nació en Argentina pero a los 9 meses su familia se fue a Bolivia, la patria de su madre y sus abuelos. Se formó en la carrera de literatura en la UMSA (La Paz) y en Edición en la UBA (Buenos Aires). Vivió en Bolivia hasta el 2014 que migró a Argentina. Participó de un taller colectivo de edición en la cárcel de Devoto. En el 2021 abrió Mala Testa, una pequeña librería en Parque Chas. Foto: Archivo personal
Qué ganas de leer esa novela Cari…en tu reseña se escucha, se huele y se iluminan los colores de la feria. Belleza!! Voy en su búsqueda!!
Carime, qué excelente reseña que haces. Hace falta promotores de lectura con tu preparación y talento. Gracias por eso. Así es cómo deben ser los libreros. El l8bro es un exquisito producto cultural
Excelente reseña, lo voy a buscar mañana mismo en librería
Graciasss
Fue la primer nota que leí de este número. Me dio enormes ganas de leer el libro, de conocer a Carime, de visitar la librería.
Voy por lo primero. Deseo eso es lo que lo atraviesa. Identidad e intensidad. Tayson y su primo se quedaron conmigo también .
Gracias Carime, ( volví a leer la reseña y a disfrutarla) ahora me falta conocer librería y librera