A mí también me desagrada

A mí también me desagrada

María Andrea Donnini

  

Una mañana, Alberto Muñoz me sentó y me leyó “El Campanero”. No entendí mucho. Pero cada palabra iba formando una imagen, un mundo en mi cabeza. Quise ver enseguida la foto de la autora de esos versos. ¿Cómo es una mujer que escribe duro y frío (también el hielo es bello), llenando todo de citas que no logro pescar, esa mujer que siempre da en el blanco? Muñoz rebuscó y encontró el volumen de su Poesía Completa, editado en castellano por Lumen (único, hasta el momento) que la tiene en la tapa: una señora anciana, tocada con un tricornio y con cara de haber superado todo lo humano. Ella era Marianne Moore. 

Pude leerla a mis anchas porque Isabel Vassallo, a quien tanto quiero, supo de mi entusiasmo y me regaló la inhallable Poesía Completa. También empecé a saber algunas cosas de Marianne Moore. Por ejemplo, que detestaba los colores pero fue pelirroja y cargó con ese fuego sagrado de su cabeza (en todo sentido) hasta que los años la llenaron de canas. No se casó. Vivió con su madre toda la vida (la de la madre en cuestión). Juan Forn había contado en una de sus hermosas contratapas que Moore tenía una colección de monedas de 5 centavos en el hall de entrada de su casa para poder poner una en la palma de la mano de cada amigo que había venido de visita. Lejos de la ceremonia de cruzar el Aqueronte, esa moneda le aseguraba al visitante el viaje de regreso en metro. Y agregaba que los poemas de Moore eran como esa monedita en la palma para sus lectores. Supe algunas cosas más por las cartas (Selected Letters) que publicó Faber & Faber y que me pasó otra amiga querida, María Martoccia. Un hermoso volumen. 

La versión de A Marianne Moore Reader, me quedó como herencia del querido Luis Chitarroni, quien también se sentó conmigo a hablarme de Moore. ¿Será que no se puede traducir sola, sin los amigos y maestros que leen, opinan, prestan sus libros? ¿Será que ese costado de trabajo comunitario, esa triangulación que establece la mirada de un tercero en cuestión ilumina la intimidad con mi autor de turno y es la base de este trabajo de andar traduciendo?

No hay fiel en esta balanza ni tercero en la comparación que nos permita saber cuán lejos o cerca estamos del espíritu que quien escribió quiso dar a su texto. Si en la trinchera no hay ateos, tampoco los hay en las lides de la traducción: es un acto comunitario y, por lo tanto, un acto de fe. 

Rondé a Marianne Moore por casi un año en el que yo seguí escribiendo mis cosas. Ahora, habiendo corrido tiempo y agua bajo el puente, me puse a revisar qué piezas tenía yo de esa época. Organicé archivos y papeles y encontré, en algunos casos, con una datación precisa, en otros, guiándome por la memoria de dónde lo había escrito y si hacía frío o calor, unos cuantos poemas que conversan o se constituyeron como huequito armónico de Observations de 1925, primer libro de Marianne Moore cuyos poemas me había puesto a traducir. No fue algo voluntario, pero  sé que en mi escritura quedó rastro de mi estadía en las Observations de Moore, de la misma manera en que ella habla de su transformación después de haber traducido las fábulas de Lafontaine en las que cayó “presa de esa especie de cortesía quirúrgica suya”. Provisoriamente podría decir que la traducción implica un cambio de idioma, como algunas mudanzas o cualquier viaje y una convivencia, de la que solemos salir ganando.

Desde hace muchos años consumo de manera moderada cuestiones teóricas sobre la traducción y nada me detiene en el momento de la práctica. Todo tiene su historia. Di clases de latín por muchos años. El latín no se habla ni se escribe, ¡se traduce! Mis alumnos leían a Virgilio y a Homero, porque hay que entender de dónde viene esto de los viajes y las guerras. Claro, siempre en traducciones. Luego ellos mismos también traducían un poquito del “Arma uirumque cano”con que arranca la Eneida y se sentían importantes. No era una sensación muy duradera porque el latín es complejo y puede resultar fatigoso en el juego de variables al que obliga. Lo primero que yo llegué a traducir de muy jovencita también me emocionó. Pero lo primero realmente literario, no de esas oraciones sueltas preparadas para practicar un tema en particular. Bueno, mi bautismo fue un fragmento de Ad familiares de Cicerón. Él desde el exilio se despide y va dejando palabras cariñosas para su esposa y cada uno de sus hijos. Sentí dos emociones: la de ese padre a la distancia y la mía propia. Podía traer la belleza de esa lengua a la mía. 

La traducción establece una forma de ficción que exige un pacto de lectura: yo creo, confesionalmente, que ese mediador, médium, entredós, hace algún pase mágico para que el autor en cuestión me/nos hable en nuestro idioma, y, según su osadía, hasta llegue a rimar. No está mal la tal ficción. Yo hasta me había aprendido de memoria esa música que Mitre inventó en su traducción de la Divina Comedia y Battistesa luego mejoró y Dante nunca propuso. 

Sin embargo creo, desde el fondo de mi corazón, que la poesía no se traduce. No porque me haga la rebelde, sino porque no se puede. Se la puede pasar de un idioma a otro. Pero nunca (es imposible) es traducible. Perejil es prezzemolo y tren es Zug. Pero “For every atom belonging to me/ as good belongs to you…”* es una entelequia. ¿Y qué hace en esos casos? Y aquí hablo de mí misma porque no solo me es necesaria la poesía (y me sonrío junto con Moore cuando declara su “también a mí me desagrada” en relación con la poesía), sino que además, me encanta lo que vulgar e ilusoriamente se llama “traducir poesía”. 

Disfruto del viaje, del tratar de entender qué ofrece el autor: ¿su aura es el ritmo, la métrica, las consonantes que van repicando? ¿Hay algo blando que da cobijo o son versos en los que la blandura es como la del barro en la madrugada (y hay lobos al acecho)? 

Los refranes levantan saberes precisos y traduttore, traditore no es la excepción. Ponerme yo en el lugar de la traidora implica una pequeña revancha: soy dueña de todo el lenguaje pero me exijo una lectura atenta y dejar la intuición a flor de piel para hacer que ese movimiento radical, esa traslación casi planetaria que será la traducción a nuestro castellano presente de cada uno de los ritmos y ecos que nos propone el texto en su escritura primera.

Declara Moore en la entrevista que Donald Hall le hace en noviembre de 1960: 

“Soy una apasionada del ritmo y del acento, tan maltratados en la versificación. Considero que la estrofa es la unidad, así que a veces usaba guiones al final del verso, pero descubrí que los guiones distraen al lector del contenido, por lo que intento no usarlos…” 

Y, en lo que sigue, me pareció encontrar un par de claves que eran las llaves del reino: “Soy una apasionada del ritmo y del acento, tan maltratados en la versificación… Me rijo por la fuerza de la frase, cómo la fuerza de una estructura está regida por la gravedad.

Pero, ¿cómo llevar al castellano, lengua análitica, las estructuras mucho más parcas del inglés, lengua sintética? ¿Cómo identificar el ritmo, la melodía sobre la que se monta cada poema? Quise construir un artefacto que se adaptara al castellano y replicara el compás que Moore proponía para sus piezas.

Por el grupo de poemas que presento aquí, obviamente se trató de una elección arbitraria. Consideré la necesidad de crear un ritmo como eje rector, siempre a sabiendas de que se trata de lo más propio e inalienable de un idioma. El desafío fue cómo establecer un mundo sonoro y rítmico en nuestro castellano que sirviera para mostrar el eco, las reverberaciones de lo que Moore se propuso hacer con la lengua inglesa. Fue importante también mantener esos registros móviles que ella propone, esos pasajes entre lo formal/lo informal, el registro literario/el no literario.

Creo que también primaron en esta selección (digámoslo todo) los poemas que me ayudaban a sentirme más cerca de esa construcción que es mi Marianne Moore personal, mi Marianne Moore de cámara. Espero, al menos en parte, haberlo logrado.

 

*Pues cada átomo mío también te pertenece, Walt Whitman, “Song of myself” (1892).

 

Marianne Moore, Observations (1925)

Selección y traducción de María Andrea Donnini

 

Yo puedo, yo podría, yo debo

Si me decís por qué el pantano 

parece intransitable, te diré

por qué yo creo que

puedo cruzarlo, si lo intento.

 

I may, I might, I must

If you will tell me why the fen

appears impassable, I then

will tell you why I think that I

can get across it if I try.

 

Talismán

Bajo un mástil astillado,

arrancado del barco y arrojado

              ahí cerca de su casco

un pastor al tropezar encontró, 

incrustada en el suelo,

              una gaviota

de lapislázuli,

un escarabajo de mar,

            con las alas extendidas—

el coral erizaba sus patas,

le abría el pico para saludar

            a hombres muertos ya hace tiempo.

 

Talisman

Under a splintered mast,

torn from ship and cast

              near her hull,

a stumbling shepherd found

embedded in the ground,

              a sea-gull

of lapis lazuli,

a scarab of the sea,

            with wings spread—

curling its coral feet,

parting its beak to greet

            men long dead.

 

Una botella egipcia de vidrio en forma de pez

Aquí tenemos sed

y paciencia — desde un principio —,

y arte, como en una ola que se alza para que veamos

en su esencial perpendicularidad,

no lo frágil sino

lo intenso — el espectro, ese

espectacular y ágil animal, el pez,

cuyas escamas desvían la espada del sol con su brillo.

 

An Egyptian pulled glass bottle in the shape of a fish

Here we have thirst

and patience, from the first,

and art, as in a wave held up for us to see

in its essential perpendicularity;

not brittle but

intense—the spectrum, that

spectacular and nimble animal the fish,

Whose scales turn aside the sun’s sword by their polish.

 

Silencio

Mi padre solía decir:

“La gente bien nunca hace visitas largas,

no hay que mostrarle la tumba de Longfellow

ni las flores de cristal en Harvard.

Es autosuficiente, como el gato           

que se  lleva  la presa a la intimidad,

— la cola flácida de la laucha colgando 

                            como un cordón de zapato de su boca—.

A menudo disfruta de la soledad

y se la puede dejar sin palabras                      

al contarle algo que la sorprenda.                         

El sentimiento más profundo siempre se demuestra en silencio;

o no tanto en silencio, sino con parquedad”.

Tampoco faltó a la sinceridad al decir: “Mi casa es tu casa”

Pero una casa ajena nunca es la propia. 

   

Silence

My father used to say,

“Superior people never make long visits,

have to be shown Longfellow’s grave

or the glass flowers at Harvard.

Self-reliant like the cat

that takes its prey to privacy,

the mouse’s limp tail hanging like a shoelace from its mouth—

they sometimes enjoy solitude,

and can be robbed of speech

by speech which has delighted them.

The deepest feeling always shows itself in silence;

not in silence, but restraint.”

Nor was he insincere in saying, “Make my house your inn.”

Inns are not residences.

 

Poesía [1925]**

También a mí me desagrada:  

hay cosas que son importantes más allá de todo palabrerío.  

El murciélago, cabeza abajo; el elefante que empuja,  

el lobo incansable bajo un árbol  

el aficionado al béisbol, lo estadístico

“documentos comerciales y libros escolares”.

Estos fenómenos son agradables,  

pero cuando se han convertido  

en una incógnita, 

ya no nos interesan.  

Se puede decir de todos nosotros  

que no admiramos lo que no podemos comprender; 

los enigmas no son poesía.

 

**Hay versión previa, de 1924, más extensa.

 

Poetry [1925]  

I too, dislike it:  

there are things that are important beyond all thi  fiddle.  

The bat, upside down; the elephant pushing.  

a tireless wolf under a tree,  

the base-ball fan, the statistician

-“business documents and schoolbooks”-

these phenomena are pleasing,  

but when they have been fashioned  

into that which is unknowable,  

we are not entertained.  

It may be said of all of us  

that we do not admire what we cannot  understand;  enigmas are not poetry.

 

La medusa                                                                           

Visible, invisible,

un encanto fluctuante,

una amatista ambarina

la habita; tu brazo

se acerca y

se abre y

se cierra;

quisiste

atraparla,

y se encoge;

abandonás

tu intento–

se abre y

se cierra y vos

tratás de alcanzarla–

El azul

que la rodea

se nubla, y

ella se aleja 

flotando.

 

A Jelly-Fish

Visible, invisible

A fluctuating cham,

An amber-colored amethyst 

Inhabits it; your arm

Approaches, and

It opens and

It closes;

You have meant

To catch it,

And it shrivels;

 

You abandon

Your intent-

It opens, and it

Closes and you

Reach for it-

The blue

Surrounding it

Grows cloudy, and

It floats aeay

From you.

María Andrea Donnini (Buenos Aires, 1971)

Es poeta. Como profesora en Lengua, Literatura y Latín, ejerció por muchos años la docencia en el nivel medio y superior. Cursó una maestría en Literaturas Extranjeras y Comparadas. Dedica mucho de su tiempo a la música y la fotografía. Actualmente da clases de escritura creativa y clínicas de obra. Se desempeña como traductora y editora free lance. Tiene publicados tres poemarios: De Amor y Árboles de orquídeas (ambos en Ediciones en Danza), y Didáctica rural (Clara Beter, 2024). Sus poemas forman parte de algunas antologías como Andamios (Clara Beter, 2022) y Fe (Proyecto Camalote, 2024). Escribió junto con Silvana De Ingeniis Patio balcón, libro de memorias de infancia a dos voces (Clara Beter, 2023). Su poemario en relación con Las Geórgicas de Virgilio está a punto de entrar a imprenta. Desde 2022 coordina junto con Silvana e Isabel Vassallo, Locus Amoenus, un espacio de lectura de poesía y otros textos para autores independientes.
Foto: Archivo personal


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