Hacia los confines de uno mismo
Entrevista a Adriana Lestido
Noelia Monópoli
El sol invade todo el espacio de la ventana del monitor. Por momentos Adriana se mueve y veo su contorno, el bosque por detrás. Hacemos la entrevista por zoom, ella sentada en el parque de su casa en Mar de las Pampas y yo en un PH de Boedo deseando ese bosque y la cercanía del mar. Es casi imposible no conocer a Adriana Lestido, referencia indiscutible de la fotografía y de nuestra historia también. Su foto “Madre e hija de Plaza de Mayo” circula y es reconocida tanto o más que su autora, es un poco de todos. Muchas veces amigas-hermanas me recomendaron su taller, por alguna razón u otra nunca hice uno. Ya vendrá ese momento.
Este verano vi en el Gaumont, refugio de mis últimos tiempos, Errante. La conquista del hogar, ópera prima de Adriana. Toda película es un encuentro, una reunión íntima con el espectador, pero Errante se vuelve más personal que otras. El sonido casi imperceptible por momentos, lo intempestivo del viento en otros y la mirada sostenida en las imágenes fuerzan los ojos hacia adentro. Sentirnos ahí, el cuerpo en la butaca, una relación tiempo-imagen-cuerpo. Podría describir el recorrido que hace por el Círculo Polar Ártico pero no tendría ningún valor. Siempre me pareció hermoso el concepto de Derrida que dice “escribir es saber que lo que no se ha producido todavía en la letra no tiene otra morada. […] El sentido debe esperar a ser dicho o escrito para habitarse él mismo y llegar a ser lo que es”. En Errante, no es la letra, no hay palabras, es el devenir de las imágenes y el sonido. Los sonidos y donde parece no haberlos. Pero es también la experiencia propia con la película.
Con Adriana intercambiamos preguntas, respuestas, audios y correcciones. Un ida y vuelta que se queda haciendo olas.
La película se llama Errante, la conquista del hogar ¿Cuál es el hogar?
El hogar es el lugar de origen, la morada interna. El lugar que nos pertenece. Al que se llega al final del camino de nuestra vida, que se conquista si fuimos capaces de llegar a ser lo que somos. Y la película se llama Errante porque me gusta la doble acepción del término: creo que el hogar, nuestra morada interior, se conquista errando, aprendiendo de los errores, vagando, soltando el control y estando abiertos a lo inesperado. Y, sobre todo, aceptando la impermanencia. Permitiendo que la vida sea la guía. Desarrollando la percepción. Viendo.
¿Cómo surgió la elección del lugar en Errante?
Yo había estado en la Antártida en el 2012 y, más allá de dedicarme de lleno a la fotografía, para mí el cine siempre estuvo ahí, de hecho me inicié en el cine. Podría decir que soy más espectadora de cine que de fotografía. Hacía rato que tenía ganas de hacer algo en ese sentido y salir un poco de la imagen fotográfica. Cuando fui a la Antártida llevé un zoom para grabar sonido y tenía la idea de grabar testimonios también. Quería grabar los sueños de la gente que estaba en la Base y el sonido ambiente. Finalmente lo hice pero fue la parte subterránea del trabajo, terminé mostrando sólo las fotos. En simultáneo con el libro de fotos publiqué el diario de viaje, pero eso fue algo que surgió a último momento. En principio yo quería que el libro de fotos no incluyera textos ni tuviera prólogo, sólo un par de citas. Pero a último momento Juan Forn, de quien era muy amiga y que había comenzado a dirigir la colección Rara Avis para Tusquets, me convenció de publicar los diarios junto con el libro de fotos, que editó Capital Intelectual. Fue algo muy bueno porque los diarios, además de complementar la experiencia antártica, implicó mucho trabajo y aprendizaje de un medio nuevo. La Antártida es una serie de pasaje, sentí claramente que estaba llegando al final de algo y la necesidad de abrir a otra cosa.
¿Te referís a un cambio de lenguaje?
Es como si hubiese llegado a un límite interno con la fotografía. No porque la fotografía fuese limitada, ni mucho menos, pero yo sentía que había cumplido una etapa, que ya estaba, y que necesitaba expresarme de otra manera. Después de ese viaje me compré una cámara de video y empecé a hacer pequeños cortos, a editar, aprender. A fines de diciembre del 2018 me invitaron a Berlín a llevar la muestra de la Antártida, entonces saqué un pasaje por mi cuenta y me fui en pleno invierno a Tromso, un pueblito muy al norte de Noruega. Mi intención era grabar las auroras, que son esquivas y no se dan fácilmente, a pesar de estar en los lugares y en el tiempo apropiado. Tromso es un buen lugar en ese sentido. Alquilé una casita a orillas del mar en las afueras del pueblo y fue muy fuerte lo que sentí en ese lugar, un poco las auroras pasaron a segundo plano. Me refiero a lo que sentí físicamente por estar tan cerca del polo norte, que por ser el imán de la tierra ejerce una atracción sobre todo lo vivo. Durante el mes que estuve sólo había tres horas de luz por día, a las diez de la mañana aparecía una luz medio azulada como si fuera antes del amanecer, el sol nunca salía y a la una de la tarde ya había estrellas. Eso transmite una sensación extraña en relación con el tiempo, esa luz azul por la mañana y ocre cuando el cielo oscurece y se refractan en la atmósfera las luces del lugar. Sólo vi el sol en lo alto de las montañas el último día, cuando ya terminaba enero.
Algo muy atractivo para quienes observamos la luz todo el tiempo.
Claro. De ahí surgió la necesidad de estar alrededor del Círculo Polar Ártico durante las cuatro estaciones. Recorrerlo e instalarme en distintos lugares. Adentrarme en soledad en ese paisaje desconocido y extremo como necesidad personal. No pensé de movida “quiero hacer una película”, lo único que sabía era que quería estar ahí durante tiempos prolongados, atravesar el invierno y llegar al renacimiento de la primavera, la vuelta a la vida. La vivencia del ciclo vital. Que es la base de toda vida.
Saber que te pasaba a vos ahí. No desde algo planeado como un proyecto.
Sinceramente, yo pienso las cosas un poco así, cuando fui a la Antártida no fue que dije quiero hacer una serie fotográfica o lo que sea en la Antártida, yo necesitaba ir al desierto para aliviar la mochila y limpiar de alguna forma de todo lo que había hecho hasta ese momento. La imagen es mi herramienta en ese sentido. Después de pensar en varias opciones finalmente sentí que el lugar era nuestro desierto blanco. Llevé muchos rollos y varias cámaras, mi Leica por supuesto y una panorámica Widelux que me prestó Juan Travnik, además del zoom para grabar sonido, el trípode y una cámara digital. Pero si finalmente no servía nada de lo que hiciera, no pasaba nada. Quiero decir que nunca el resultado es lo prioritario, lo que me mueve es la experiencia vital, lo que sucede mientras estoy creando algo y que de ahí derive lo que derive.
Antes de ir a Tromso habíamos planeado con mi amiga Valeria Bellusci hacer un viaje por Islandia en mayo que finalmente hicimos, y lo tomé en parte como reconocimiento del terreno, una preparatoria para los próximos viajes en soledad. Finalmente fueron cuatro viajes, estuve en total ocho meses alrededor del Círculo Polar Ártico, entre Noruega, Islandia y las Islas Svalbard. Ya en Noruega fue claro que estaba haciendo una película. Todos esos viajes los hice sola, con mi cámara, un par de lentes, trípode y micrófono, sin compañía ni asistencia técnica ni producción. Lo fundamental era poder viajar sola y trabajar con libertad total. Aunque hice algunas fotos que me gustan mucho, la libido estaba puesta en las grabaciones. Para poder viajar sin limitaciones vendí una casita que tenía en la playa, los países del norte son muy caros. Lo más áspero de todo fue el mes que pasé en las Islas Svalbard, que corresponden al otoño en la película. Estas islas forman parte de la zona habitada más cerca del polo norte, eran rusas, ahora pertenecen a Noruega y es un lugar realmente extremo.
¿Lo de áspero lo decís en relación al clima y la hostilidad del lugar?
Sí, por la hostilidad y lo extremo del lugar. Hay más osos que personas, para pasar los límites de circulación permitidos hay que hacerlo con guías armados. A pesar de que era otoño fue lo más duro del viaje en todo sentido, quizás también porque fue cuando más sola estuve, mis únicos conocidos era un taxista (solo hay dos en Longyearbyen, el pueblito de las islas) y las dos chicas de una agencia con las que combinaba para viajar a Pyramiden, una isla fantasma a tres horas de barco del pueblo. Durante todo el tiempo que estuve en las Svalbard no tuve auto, tenía que caminar y caminar con el clima durísimo, los 20 grados bajo cero y vientos que volteaban. Me quedaban las manos rotas de frío. Fue tremendo y muy bello también. Como sea, estuve donde tenía que estar, llegué a lugares internos que no hubiera llegado en otras condiciones.
Vos me preguntabas por qué ese lugar, de alguna forma para mí ir a los confines, la Antártida y ahora ir al Ártico, tuvo que ver con la necesidad de ir a mis propios confines, a mis lugares desconocidos, de ir a mi centro también en cierto sentido. Lo único que estuvo claro desde el principio es que quería registrar el tiempo en la imagen, quería que las imágenes fueran como meditaciones visuales, por eso la cámara está siempre fija. Cuando se medita contemplando no se está pendiente de lo que sucede ni de lo que ocurre en el ángulo de visión, si pasa un pájaro o lo que sea, pasó. La vista se pierde un poco más allá, justamente para ver un poco más, para poder ver a través de lo que se mira.
En relación con eso, ¿vos siempre estabas atrás de la cámara, es decir, nunca dejaste la cámara sola?
No, jamás. Me causa gracia porque me lo preguntó mucha gente y nada más alejado de mi forma de trabajar, que siempre implica poner el cuerpo.
Es que es algo que surge al verla, se siente tanto la hostilidad del clima, el frío y el viento que te lleva a pensarlo.
Sí, claro, el viento me tiró un montón de veces, nos caíamos juntas con la cámara, cuando el viento era muy fuerte yo me sostenía en ella, que estaba plantada en el trípode y a su vez la sostenía. Igual había momentos en que era imposible. Pero jamás se me hubiera ocurrido dejar la cámara sola. Más allá de que se hubiera caído, el sentido era poner el cuerpo y ver con ella. Ya sea que estuviera en medio de los vapores sulfurosos, o de la lluvia, o de las tormentas de nieve, o de esos vientos infernales. Jamás podría haberla dejado y ver después lo que salió, lo fundamental era sentir el momento en el cuerpo. Fundirme con lo que miraba. Se ve con todo el cuerpo, no sólo con los ojos. De alguna forma mirábamos las dos, la cámara y yo. Yo a través de ella y ella a través mío. A veces elegía el encuadre, ponía la cámara a grabar y me quedaba mirando al lado. Y otras grababa mientras miraba a través del visor.
Algunas imágenes son desde el mar.
Sí, quedó una desde el barco en el que hice los tres viajes a Pyramiden, esa ciudad fantasma en las Svalbard. Los rusos explotaban los yacimientos hasta que se agotaron y la abandonaron. Hacia fines del otoño se congela el mar y ya no se puede llegar. Entre fines de la primavera y mediados del otoño hay veinte personas en la isla y el resto del año, cuando ya no se puede llegar, quedan ocho. Las construcciones que aparecen en la película son de esa isla. Hay un hotel, un edificio tremendo, bien ruso, en el que estaba yo sola con Olga, la recepcionista rusa, que era además la cocinera y también limpiaba. La escena del mar en movimiento es de uno de esos viajes que hice a las islas, pero igual la cámara está quieta, lo que se mueve es el barco.
El sonido es protagonista en el documental, ¿eso lo pensaste desde un principio?
Sí, es muy importante, de hecho grabé sonido directo y después se trabajó para limpiarlo, solamente hay un par de escenas en que estaba demasiado roto y hubo que reemplazarlo. Quería que se escuchara lo que yo escuchaba en ese momento, que el sonido fuera el de la imagen, no sabía si iba a incorporar música, sí tenía claro que no quería seres humanos ni voces, quería que fuera una cosa medio de película muda, un poco como ir al origen del cine. Cuando tuve el primer corte y aún no tenía producción ni nada, María Gowland, una amiga muy querida que trabaja en cine y que fue de gran ayuda, se lo mandó a David Mantecón, que es un sonidista argentino groso que vive en España. El se enganchó y quiso hacer el sonido. Tuvimos un zoom con él y su pareja, Carla Padín, gente hermosa. Yo les dije “no tengo un peso todavía” pero los dos me dijeron que no importaba, ya vas a tener producción, esto es algo que nos convoca, queremos hacerlo. David empezó a trabajar antes que apareciera Lita Stantic en la producción. Fue muy hermoso trabajar con él porque sintonizó totalmente con la idea de la película. El sonido es tan importante como la imagen. Fue un arduo trabajo, le estoy eternamente agradecida a David Mantecón y su equipo. Y por supuesto a Lita, fue una bendición que ella quisiera producirla. Más allá de lo fundamental que es como productora para el cine argentino, siempre fue muy significativa en mi vida. Su única película como directora, Un muro de silencio, fue un antes y un después para mí. La contacté cuando tenía un corte bastante parecido al corte final, sólo un poco más largo. Habíamos estado trabajando cerca de un año en el montaje con Elizabeth Wendling. Lita enseguida se enganchó y convocó a Maravillacine. Entre las dos productoras pude terminarla.
Y cómo fue la elección de los temas musicales, sobre todo el de Nick Cave que es el central.
(Adriana mira hacia arriba y se ríe). Eso es impresionante, hay sólo dos escenas que están con sonido, son las únicas que están grabadas desde el interior. En la escena que cierra el otoño, la música que acompaña la imagen es exactamente la música que estaba escuchando en ese momento. Respecto al tema de Nick Cave, cuando estaba en Svalbard salió su disco doble, Ghosteen. Unos años antes había muerto su hijo adolescente, uno de los gemelos. Él en ese momento estaba trabajando en un disco que lo termina en ese tiempo, Skeleton tree, un disco oscuro, muy doloroso. Unos años después hace Ghosteen, su traducción sería “espíritu migrante”. Yo sabía que el disco iba a salir y estaba pendiente, él es uno de los músicos que siento más cerca, lo sigo desde que lo descubrí en Las alas del deseo, en el 87. Decía que el disco salió cuando estaba en las Svalbard y lo escuchaba con atención todos los días, a veces dos veces en el día. Hay una canción que me conmueve profundamente y que para mí es una de las canciones más altas de él, Hollywood, con la que cierra el doble. Todo el disco de alguna forma tiene que ver con la vida y la aceptación de la muerte. En Hollywood canta la historia de Kisa Gotami, es una historia que se cuenta mucho en el budismo, refiere a una mujer que pierde a su bebé y no puede aceptar su muerte, se niega a enterrarlo, dice que está dormido. Lo va a ver al Buda para que lo despierte y el Buda le responde que la va a ayudar pero que tiene que conseguir semillas de mostaza. Lo más importante es que tiene que ser de alguna casa en donde no haya muerto nadie. Kisa recorre todas las casas del pueblo y en todas hubo alguna muerte. En ese recorrido logra aceptar la muerte de su bebé y con todo el dolor del mundo lo entierra, después se convierte en una de las discípulas del Buda. Eso Nick Cave lo canta con una voz tremenda, el estribillo dice: … todos estamos perdiendo a alguien / es un largo camino encontrar la paz interior / la paz interior / ahora sólo estoy esperando que llegue mi momento / ahora sólo estoy esperando que llegue la paz / que venga la paz. Ese estribillo me repiqueteaba en la cabeza mientras caminaba en Svalbard por esas calles heladas, partida de frío. Me decía esto es lo que necesito, pero ¿cómo llego a Nick Cave? Estando en Islandia, durante la pandemia, me escribió Silvia Varela, una amiga española que hacía mucho tiempo que no veía. Ella había sido alumna mía y ahora vivía en Inglaterra y me contó que estaba con un inglés, Jamie Byng (un editor groso) y que había tenido una beba y quería que fuera la madrina, ¡y que el padrino era Nick Cave! porque era muy amigo de su marido. A partir de ahí fue más fácil llegar a Nick Cave, yo a esa altura ya sabía que quería esa parte de la canción y el sonido ambiente. Igual no fue tan sencillo porque él muy generosamente me daba los derechos gratis, pero están las compañías, que encima son dos. Las compañías aceptaron dármelos gratis pero solo por un año. Por suerte, gracias a María Gowland, que se ocupó muy bien de los derechos, se pudo llegar a un acuerdo accesible.
En los diarios de Antártida negra, más allá de la experiencia de lo imprevisto, entre otras cosas, está muy presente el amor y el deseo. ¿Durante este proceso de Errante fue así también?
Fue otro momento y tal vez no estuvo tan presente eso, pero sí en este viaje estuvo muy presente Willy (su primer marido, secuestrado y desaparecido en 1978). Está muy presente en los diarios que llevé, lo estuvo en todo el viaje. Es alguien que me va a acompañar toda la vida. A veces conecto más, a veces conecto menos, pero está en la raíz de todo lo que hago y quizás esta vez, como llegué un poco más hondo, él está más presente también, como un amor y una ausencia básica en mi vida.
¿Hay diarios de Errante?
Sí, los diarios se van a llamar La conquista del hogar, los estuve trabajando con Guillermo Saccomanno que me ayudó a limpiarlos. Ahí aprendí mucho también, fue otro aprendizaje como antes había sido con Juan (Forn) en los diarios de la Antártida negra, pero este de Errante fue un proceso más largo, más complejo, estuvo buenísimo, peleamos mucho, nos reímos mucho, fue hermoso trabajar con él, es un maestro. Y un amigo que adoro. Lo va a editar Planta Alta Ediciones y va a salir simultáneamente acá y en España. En realidad van a ser dos libros: el libro de los diarios y un fanzine con veinticuatro fotos. La edición con las fotos va a ser más limitada porque eso lo encarece y lo fundamental son los diarios, que quiero sean accesibles.
Este paso de la fotografía al video, esta expansión del lenguaje podríamos decir, ¿qué creés que te aportó?
Vuelvo a la premisa básica de la experiencia, a la necesidad vital que le dio origen: viajar sola a lugares desconocidos. Se trataba de llegar, se sigue tratando de llegar, a mis propios confines, a los lugares que aún permanecen oscuros, vedados. A mis propios lugares desconocidos. Creo que la tarea principal es el conocimiento de uno mismo, sólo desde ahí puede surgir la compasión, la comprensión, la comunión con los demás y con todo lo que nos rodea. Y es lo que nos permite ser más libres, estar menos condicionados. Amar. Poder iluminar lo que de verdad somos. Poder hacer estos viajes, con todos los obstáculos que tuve que sortear, con los miedos y angustias inevitables, y entregarme al proceso que significó hacer la película, también con lo que significó abrirme a un lenguaje nuevo, puedo decir que me ayudó a ser un poco más libre, a estar menos condicionada. Es todo relativamente reciente, falta tiempo para poder dimensionar la experiencia en relación a mi vida, pero ya se están dando algunos cambios fundamentales. Vivir en la naturaleza, por ejemplo. Algo que hace rato anhelo. Faltan piezas todavía, en encontrarlas o no se irán los años que me queden. Pero puedo decir que estoy más liviana.
Adriana Lestido (Buenos Aires, 1955)
Fue la primera fotógrafa argentina en recibir las becas Guggenheim y Hasselblad, y el Premio Mother Jones. Sus ensayos fotográficos fueron exhibidos en museos y galerías de todo el mundo y forman parte de las principales colecciones. Publicó ocho libros, Antártida negra (diario de viaje), Madres e hijas y Mujeres presas, entre otros. Su último libro, Metrópolis, ha sido seleccionado como mejor libro del año, PhotoEspaña y Arles 2022. Su ópera prima Errante. La conquista del hogar, fue exhibida por primera vez en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata donde obtuvo el Premio a la Innovación Artística. Participó de numerosos festivales internacionales y actualmente continúa su recorrido en distintas salas de cine de Argentina. Vive y trabaja entre Buenos Aires y Mar de las Pampas.
Foto: Fredy Heer
Noelia Monópoli (Mar del Plata, 1978)
Fotógrafa, docente y licenciada en curaduría en artes (UNA). Coautora del libro Momentos Nómades, un recorrido visual de Asia a América. Como fotógrafa ilustró tapas de libros de ficción y retrató a sus autores para diferentes editoriales (Paisanita Editora, Random House, Asphalte Francia, entre otras).
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