Conocemos a Víctor Florido y venimos siguiendo su obra hace tiempo. Se nos ocurrió proponerle que escriba sobre su proceso de trabajo. Lo hablamos con él y le interesó la propuesta, convenimos en que fuera escribiendo, a modo de un diario, sobre el cuadro que había empezado a pintar. De ese seguimiento surgió este bello texto que acompaña sus reflexiones, sus redefiniciones, sus estados de ánimo, las nuevas cosas que aparecen. Una manera íntima de asomarnos a su proceso creativo y a su pintura.
La insomne
Víctor Florido
En la dimensión pictórica el fantasma es el rastro, la figura eliminada que deja un relieve.
Muchas veces me arrepentí de haber tapado figuras, aunque, de todos modos, me siento cómodo con la presencia que dejan los borrones, o las figuras entrevistas detrás de algún objeto. El único problema más serio que decidir qué elementos pintar en un cuadro, es decidir cuánto pintar esos elementos: cuánta presencia van a tener un personaje, un objeto, una mancha, en la obra. Si se va a presentar a la mirada entero y contrastante, o se va a sustraer. Si va a jugar a las escondidas con el espectador.
Me gusta pintar una figura, borrarla, volver a contornearla sobre la borradura, y borrarla de nuevo. Es como una lucha de capas superpuestas que quieren esconder, sacar a la luz, arruinar lo mostrado, mostrar. Las obras que admiraba en enciclopedias de arte, cuando era chico, eran las pinturas que sugerían un misterio, como “El mundo de Cristina” de Andrew Wyeth.
El cuadro que empecé ahora es un interior. Cuando comencé a dibujarlo, quise enfatizar un poco su carácter laberíntico. Pero solo aparecía realmente como laberinto visto de lejos y desde lo alto. Mientras que yo quería que el interior se sintiera envolvente y cercano, los personajes alojados y contenidos en él. Entonces subí la altura de las paredes, tapé la línea de horizonte. Así perdí la profundidad. En cambio, logré una sensación de intimidad con la escena, y algo más parecido a un departamento. Un espacio que tiene el carácter vago de un recuerdo, un lugar moldeado por la memoria, que estereotipa formas y se encapricha con algunos detalles.
Mobiliario simple, agregué un elemento que ayuda a componer el clima de un interior doméstico: el aparato de TV. Pero un modelo viejo, no quería que fuera actual. Necesito mantener una distancia, una imagen que se recorte perfectamente del mundo que me rodea.
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Hoy pinté de nuevo al boxeador. Quedaba bastante del dibujo previo, borroneado con óleo del mismo color de fondo. Era interesante verlo transparentado así, pero no me conformaba. Volví a resaltar partes del dibujo fundidas con la borradura, le agregué un poco de volumen con leves sombras. Y para mantenerlo en un segundo plano, lo resalté con un gris más claro. Conseguí hacerlo más definido, y al mismo tiempo dejarlo en su plano secundario.
Me parece que a las figuras principales siempre hay que atemperarlas, moderar su exceso, para que no asuman el control total de la obra. A su vez, ejercen un poder mucho más grande cuando se sustraen a la mirada. Es lo contrario de lo que me pasa con los objetos periféricos de un cuadro, esos elementos que contextualizan o acompañan. La función de ellos es entorpecer y distraer la mirada, crear la cortina de humo sobre el acontecimiento del cuadro.
Al boxeador también le corregí un pie. Siempre es difícil adaptar la posición de una pisada, traducirla del plano de la foto al plano representado, que nunca coinciden del todo. Si no se apoyan bien los pies, parece que vuelan o que caminan en puntas. Errores así destrozan una obra.
El boxeador y su gemelo forman parte de un grupo de personajes que fui integrando a una serie de interiores, que es bastante narrativa. Los otros son los durmientes, el bebé, el muerto y el hombre sentado que piensa. Escribí hace un tiempo sobre el boxeador: “Su sentimiento real hacia su familia es indefinido y se parece más al apego de un niño por sus cosas”.
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Hoy prácticamente no pude trabajar, solo corregí algunas sombras. Entré en la zona pantanosa de definir espacios por medio de la luz. Se acerca la etapa en que todo está hecho, todo está cerca de terminarse y por momentos parece una imagen que flota entre la vida y la muerte, a riesgo de volverse una nada absoluta.
Es difícil ver hoy lo que me interesaba ayer y anteayer. Ni el cuadro ni yo somos los mismos todos los días. Para poder avanzar, para no detenerme a buscar todo el tiempo lo que vi cuando me deslumbró, tengo que olvidarme de esas preguntas, que hoy me hacen pensar que esta imagen no tiene ni siquiera gracia.
La gracia no llega así nomás, pienso, mientras limpio los pinceles. Mejor mañana me tomo el día libre para hacer otras cosas.
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Hace unos días que no piso el taller y tengo el cuadro solo en la memoria. Me preocupa volver a verlo y que no me guste. Anoche soñé que estaba metido en un zanjón seco, escarbando en uno de sus lados y encontraba unas cajas. En mi forcejeo por sacarlas, la tierra floja se desmoronaba y una nube de polvo invadía todo. Cuando lograba abrir las cajas, encontraba tubos pequeños de óleo sin abrir, todos en perfecto estado y de muchos colores, una gran variedad de matices. Entonces sentía acercarse unas personas, alertadas por la polvareda, y yo escondía mis óleos nuevamente bajo montones de tierra, por miedo a que me los quitaran.
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Hoy llegué y me di cuenta de que algo estaba muy mal en el cuadro. El durmiente, había quedado bajo papelitos y libros. Un bulto contra la pared que rivalizaba torpemente con los dos personajes principales y distraía la mirada en un recorrido sin objeto.
Estaba en un lugar central, definida en exceso, ocupaba demasiada atención y todo giraba en torno suyo, redonda y centrípeta. La oscurecí y la borroneé para alejarla del espectador. En algunas obras mías los protagonistas son los muebles, pero no en esta.
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Hoy de nuevo ocupé el rincón vacío del primer durmiente. Y en su lugar pinté a una señora insomne en una cama, que tomé de un dibujo de Rembrandt. Ella es perfecta para ese lugar. Porque el durmiente anterior apuntaba con la cabeza mirando hacia un costado, fuera del cuadro, al margen derecho. Su recorrido parecía indicar a la mirada salir de la obra, pasar al próximo cuadro.
La insomne, en cambio, reposa en la cama con su cabeza al frente, y levemente perfilada hacia el lado izquierdo de la obra, donde están los otros personajes. Así, el espectador va de un lado a otro del cuadro y la recorrida vuelve al rostro insomne de la vieja, que le indica buscar otra vez donde empezó todo, construyendo una circularidad. Creo que la obra se podrá llamar “La insomne”, o algo por el estilo.
El lunes, luego de haber escrito lo anterior, tuve la impresión de que el cuadro es un trastorno narrativo, un problema. Pero en todo caso es un problema que me interesa más que la semana pasada.
Fotografías del proceso y obra: Victor Florido y Noelia Monópoli.
Víctor Florido (Buenos Aires, 1976)
Estudió pintura con Sergio Bazán y tomó clases de Historia del Arte con Laura Batkis. En 2001 y 2002 realizó la residencia en Rijksakademie van beeldende kunsten, en Amsterdam. En 2010 participó del programa del Centro de Investigaciones Artísticas, dirigido por Roberto Jacoby. Participó en muestras en el Museo Nacional de Bellas Artes, Fundación Proa, Museo UNTREF Hotel de los inmigrantes, en Buenos Aires, en el Museo Castagnino de Rosario. Desde 2014 su obra forma parte de la colección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en 2016 del Museu de Arte Brasileira-MAB (Sâo Paulo, BR) y 2017 del FRAC Aquitaine (Aquitania, FR). En 2015 se editó el libro Víctor Florido, pinturas 1999-2015, con texto de Roberto Amigo, editado por KBB. Actualmente trabaja con galería LINSE de Buenos Aires y Reiners, de Marbella.
Foto: Noelia Monópoli
Que talento conmovedor!!!! Gracias Victor y gracias la forma breve
Gracias Julia, me alegra que tenga eco. No soy profesional de esto, pero siempre me gustó escribir. 🙂