Traducir a Hacker o Una habitación de pensión en una ciudad extranjera

Traducir a Hacker o Una habitación de pensión en una ciudad extranjera.

Florencia Fragasso

Buenos Aires, 1995

Tengo 20 años y conozco a una nueva amiga. Me presenta, entre otros tesoros, un libro de Elizabeth Bishop que trajo de un viaje. Quedo fascinada. La leo y garabateo traducciones en el cuaderno de aquel momento. Uno con espiral y tapa batik.

Tiempo después, me enamoro locamente de un estudiante catalán que está en Buenos Aires “de intercambio”. Escribe. Y traduce. Vive en una pensión por Congreso. Me enseña su otra lengua. Se vuelve a su ciudad y nos escribimos cartas durante meses, todavía no tenemos email. Los sobres de papel van y vienen, a veces hasta tres por día. Traducimos juntos, por carta, el poema Un arte de Bishop, conocido como El arte de perder.

Barcelona, 1998

Viajo a Barcelona para verlo y conocer su ciudad, su casa, su universo. Primera vez que salgo del Río de La Plata. A poco de llegar, nuestro amor se derrumba. Con el corazón roto, camino por la ciudad desconocida y busco algo en las librerías de usados. ¿Una señal? Al menos, un entretenimiento.

De golpe, un librito flaco de papel color tiza y un título que me hace temblar. “L’art de perdre”. Bishop en catalán, pienso. Lo compro con las pocas pesetas que me quedan.

A la noche, en la pensión a la que me mudé, abro el libro y me pongo a leer. Es una antología de villanellas anglo-americanas, editada por la Universidad de Valencia. Aprendo que la villanella es una forma compositiva medieval de 19 versos, en los que el verso 1 se repite otras tres veces y el verso 3, otras tres. Por su esquema de rima, la estructura del poema es circular. 

Ese libro me lleva a descubrir que Un arte de Bishop es una villanella. Y encuentro seis poemas de una autora desconocida para mí, Marilyn Hacker, difíciles, juguetones, que inmediatamente me conquistan. Son villanellas que hablan de amor, de incomodidad, de distancias; pero tienen humor, sarcasmo incluso, música, nostalgia. Voy detrás de ese cantito, de esa cadencia. Ensayo unas primeras traducciones en mi cuaderno de escribir, uno rojo de tapa dura que me regaló mi amiga (la de Bishop) antes de salir de viaje.

Anoto trasversalmente en una doble página del cuaderno, “campo de opciones” y “campo de equivalencias”. Cuento sílabas, busco rimas, pierdo y gano dentro de ese espacio, restrictivo como la pieza de pensión. De ahí en adelante, traducir poesía para mí será como tantear los bordes de esas paredes. De esa doble página rayada. Y las tapas de los cuadernos, las celosas guardianas de una traducción clandestina.

Buenos Aires, 2000

Me hago traer libros de Hacker por amigos que viajan. Descubro que un poema suyo menciona a Buenos Aires, me estremezco. Escribo un poema en mi cuaderno (uno dorado que se cierra con imán) en el que digo algo sobre esa aparición fantasmagórica.

Voy encontrando a otra Hacker más comprometida, feminista militante, “a jewish lesbian in France” como dice un poema, nunca solemne, siempre juguetona. Tiene una fascinación por las formas medievales y por Francia, los quesos, los vinos, los aceites, los sonidos de las palabras. La sigo. La espío. Viajo con ella. Se enamora de una jovencita francesa, le escribe una novela en verso (¡en sonetos!), la pierde.

Buenos Aires, 2005

Publico mi primer libro de poemas. El epígrafe es de Hacker. Nadie la conoce, nadie pregunta. Publico traducciones de tres villanellas de Hacker, entre otras autoras, en una revista de poesía. Nadie la conoce, nadie pregunta. La leo en voz alta en inglés, y leo mis versiones. Me topo con desajustes, rechinos, las tachaduras suenan. Labro mi propio poema en el error. En los cuadernos.

Pasan los años y cada tanto vuelvo al archivo “tradus Hacker”, que migró de casas, de computadoras y sistemas operativos. Los libros que tengo de ella están repletos de papelitos o intentos de traducciones en servilletas de bar. 

No solo escribe villanellas. También explora otras formas históricas como sextinas, albas, sonetos. A veces, verso libre. La forma la restringe y la desafía. Me sorprende su virtuosismo técnico y a la vez una voz creadora tan auténtica y fresca. Es adictivo leerla y traducirla. Vuelvo a sentir, en la fricción de la forma cerrada, los bordes de una habitación de pensión, con los ojos cerrados. Hay que agudizar el tacto. El gusto. Saber cuál es el espacio con el que contamos. Ceñirse a los cuadernos que son, también, una especie de lengua.

Buenos Aires, 2023

Una amiga me invita a participar, con traducciones, en una nueva revista. Recuerdo a Hacker, le hablo de ella. Hacker, un olvido que siempre vuelve, un archivo incompleto, un recuerdo borroneado, un puñado de acepciones en español para la palabra “longing”, medio estante de libros achicharrados de tanto manoseo, versos aprendidos de memoria sin querer.

Mar Azul, 2023

Me traje a la playa un libro de Hacker. Voy cayendo en la cuenta de que su poesía es una compañía sonora y una influencia permanente en mi escritura desde hace 25 años. Me da escozor el tiempo medido. Siempre es una poeta “que descubrí y vengo traduciendo hace un tiempo”. Pero, ¿25 años?

No tengo las traducciones conmigo, entonces empiezo falsamente de cero. Juego a haberme olvidado de todo. Elijo un poema de Hacker y lo voy traduciendo a mano en el cuaderno del verano, una libretita azul de cuero con elástico. La giro porque es chica y los poemas son anchos. Al traducir intuitivamente, sin buscar en el diccionario, me dejo llevar por el sonido y me empiezo a acordar de versiones mías anteriores del mismo poema. Cada versión aloja las capas de traducciones previas. Algo de quién era yo en ese momento, dónde vivía, si estaba enamorada, si ya habían nacido mis hijos, qué leía, en qué cuaderno escribía y con qué tinta. Los cuadernos de escritura se me ofrecen como una geología: estratos apilados, contaminados, algunos imposibles de despegar. Intraducibles.

Buenos Aires, 2023

Mi amiga la editora me pregunta si me contacté alguna vez con Hacker. La googleo después de muchos años. Si yo tengo 48 ella debe andar por los 80. Nunca imaginé que envejecería, nunca la pensé como alguien real. Aunque conozco los nombres de sus amantes, de sus amigos, las ciudades donde vivió, y seguí bastante de cerca el crecimiento de su hija Iva y su lucha contra el cáncer de mama, a través de los poemas. Veo fotos de ella hoy. Libros publicados en pandemia. Ahora se ocupa de los migrantes, de las mujeres de oriente medio, escribe en una forma fija lírica de la tradición árabe, el gazal. En la literatura árabe se trata de un poema cuya etimología está emparentada con las ideas de piropo o cumplido.

Leo sus últimos libros en la web, ya no en papel. Pero el papel está presente de otra manera; anoto en este cuaderno verde, sin líneas, de tapa blanda, expresiones con la palabra “viento”. En el viento, al viento, con viento a favor, para donde sopla el viento, instrumento de viento.

No sé si estoy dispuesta a darle un orden final al archivo de piezas fragmentarias que me acompaña a través de los años, el “tradus Hacker”. Pero sí tal vez sea el momento de compartir con otros lectores un recorte, un atisbo de esta poeta inabarcable “que vengo traduciendo hace un tiempo”.

Selección y traducción de Florencia Fragasso

De Presentation piece (1974)

Alba¹: agosto

Una mañana me despertaste
besándome los hombros
y cantó el gallo de la otra cuadra.
Luz nueva
azulada en la ventana llena de plantas,
y los del bulín de al lado
pusieron Sergeant Pepper’s en el primer surco del día.

Bailando
entre piernas y brazos
las flores lentas
de nuestra fricción se abrieron
juntas. Fuiste tan rápido
sal y azúcar
en mi lengua, como el desierto
que atravesamos al volante, dormidas,
una sobre el hombro de la otra.

Alba: August

One morning you woke me
kissing my shoulders
as the rooster on the next block crowed.
New light
blued in the window full of plants,
and the next-door crash pad
got Sergeant Pepper in the day’s first groove.

Dancing
between moving limbs,
the slow flowers
of our friction opened
together. So quickly
you were salt and sweet 
on my tongue, like the desert
we drove through, asleep
on each other’s shoulders.

Villanelle

Para D.G.B

Cada día nuestros cuerpos se separan,
en partes aturdidas, desgarradas.
Sin comprender qué festejamos

tanteamos a través de las lenguas, dudamos

y nos tocamos en silencio, con asombro;
y cada día nuestros cuerpos nos separan

de nuestra vida organizada
de planeada ironía. Estoy asustada, desfasada,
sin comprender qué festejamos

cuando nuestros miembros y labios fundidos comunican
el poder no escrito que hemos concebido.
Cada día nuestros cuerpos se separan

en su perpetua rutina insostenible.
En la muda oscuridad aprendemos cantos mudos,
sin comprender qué festejamos;

nos despertamos, ya sin fuerzas, tarde
en la mañana, el viento borrando la neblina,
sin comprender cómo festejamos
nuestros cuerpos. Cada día nos separamos.

Villanelle

For D.G.B.

Every day our bodies separate,
exploded torn and dazed.
Not understanding what we celebrate

we grope through languages and hestitate
and touch each other, speechless and amazed;
and every day our bodies separate

us farther from our planned, deliberate
ironic lives. I am afraid, disphased,
not understanding what we celebrate

when our fused limbs and lips communicate
the unlettered power we have raised.
Every day our bodies’ separate 

routines are harder to perpetuate.
In wordless darkness we learn wordless praise,
not understanding what we celebrate;

wake to ourselves, exhausted, in the late
morning as the wind tears off the haze,
not understanding how we celebrate
our bodies. Every day we separate.

***

De Taking notice (1980)

Para empezar en un lugar nuevo

Invocá los pinos, el roble tupido,
la cama de la chica donde despertaste
abrazando un cuerpo vacío; 
recurrí a un café en el salón comedor, 
tres tazas negras, una tostada de pan 
integral, la mujer judía fabulista
de verosimilitudes espantosas,
los platos recargados del desayuno
para los colonos matutinos. Invocá a tu hija, a quien besaste
e hiciste cosquillas, gritaste, cantaste, mimaste
y subiste a un autobús amarillo; invocá
a tu madre en sus quisquillosos 
seniles sesenta y ocho; su enfermera
cuyas historias caribeñas pueblan 
la pequeña habitación del Bronx mientras 
ella tiende puentes entre archipiélagos. 
Invocá todo lo que puedas usar;
poros sebáceos, intestino quejoso,
genitalia nostálgica, pero ponelos 
a trabajar y archivá 
tus tendencias autodestructivas, 
una caja ya repleta con tareas “necesarias” 
que puede engordar cada minuto 
que no estás durmiendo, cagando,
o comiendo. Recurrí al último profeta
involuntario del Central Park. Recurrí 
a la cuenta bancaria de tu madre.
Volvé a causarte algún dolor que recuerdes;
pedí al sol que salga (¡por favor!), a la lluvia
que se aleje; invocá tu apetito
de almuerzo; tomá una lapicera y escribí.

For Getting Started in a New Place

Invoke the pines, the bushy oak,
the young girl’s bed in which you woke
hugging an absent body; call
on: coffee in the dining hall,
three black cups, slice of brown-bran toast,
the Jewish woman fabulist
of gruesome verisimilitudes,
the chunky plates of breakfast foods
for the matutinal colonists.
Invoke your daughter, whom you kissed
and tickled, yelled at, sang to, stroked,
put on a yellow bus; invoke
your mother at cantankerous
senile sixty-eight; her nurse
whose Caribbean histories
people the close Bronx room as she
bridges archipelagoes.
Invoke whatever you can use;
sebaceous pores, querulous gut,
nostalgic genitalia, but
put them to work and shelve your self-
abusive tendencies, a shelf
already stocked with “necessary”
errands that can fill up every
minute you’re not asleep, shitting,
or eating. Call on the last unwitting
prophet in Central Park playground.
Call on your mother’s bank-account.
Reinflict some remembered pain;
invoke the sun out (please!), the rain
away; invoke your apetite
for lunch; pick up a pen and write.

***

De Assumptions (1985)

Catorce 

Comprábamos vestidos que siempre tenían un problema:
versiones truchas de las prendas rayadas para chicas
que yo estudiaba en la revista Seventeen.
Las sisas apretaban, el cinturón no hacía juego, la falda 
colgaba sin gracia hacia adelante (me lo decían en la escuela).
Nuestras baratijas de segunda deformaban la imagen,
pero ella y yo amábamos los sábados de hurgar y revolver.
Un día, tambaleó en la puerta de la tienda Loehmann’s. La baba
le chorreaba por la pera. Tropezando, me gritó. Dejó caer
nuestros paquetes a la vereda y se desplomó
en lo que parecía un ataque. Yo supuse: insulina.
El cana dijo “borracha”, y llamó a una ambulancia
mientras ella me insultaba y apartaba mis manos.
Aún hoy, cuando necesito una madre, voy de compras.

 Fourteen

We shopped for dresses which were always wrong:
sweatshop approximations of the lean-
lined girls’ wear I studied in Seventeen.
The armholes pinched, the belt didn’t belong,
the skirt drooped forward (I’d be told at school).
Our odd-lot bargains deformed the image,
but she and I loved Saturday rummage.
One day she listed outside Loehmann’s. Drool
wet her chin. Stumbling, she screamed at me. Dropping
our parcels on the pavement, she fell in
what looked like a fit. I guessed: insulin.
The cop said, “Drunk”, and called an ambulance
while she cursed me and slapped away my hands.
When I need a mother, I still go shopping.

***

De Love, death and the changing of the seasons (1986)

Runaways Café I
Hiciste señas al taxi en la vereda
del bar yupi de Lexington al centro.
Abrazo; abrazo; esta vez de adentro
el fuego me subió, febrero era

cuando rocé mis labios con los tuyos, no lo niego.
Bendito y maldito esto que pasa y sigue
siendo insensato y me persigue.
No me voy a acostar con vos porque lo quiero

demasiado y, si es una perversión, hay otras que prefiero:
completá los espacios en blanco: un, dos, tres, cuatro…
Lo hice yo, chau taxi. Mi colectivo nunca pasa,

-tic tac, como un metrónomo, el deseo-.
A vos, alguien te espera en casa.
Yo, me animaría más, si me esperaran.

Runaways Café I

You hailed a cab outside the nondescript
yuppie bar on Lexington to go
downtown. Hug; hug: this time I brushed my lips
just across yours, and fire down below
in February flared. O bless and curse
what’s waking up no wiser than it was.
I will not go to bed with you because
I want to very much. If that’s perverse,
there are, you’ll guess, perversions I’d prefer:
fill the lacunae in: one; two; three; four…
I did, cab gone. While my late bus didn’t come,
desire ticked over like a metronome.
For you, someone was waiting up at home.
For me, I might dare more if someone were.

***

De Winter numbers (1994)

Cleis²

Tiene dieciséis y parece una mujer 
hecha y derecha, a no ser por el acné.
Recuerdo la impecable, dorada piel
de la infancia. Recuerdo

cada vez que la reté, le pegué un chirlo,
quise que fuera otra y se lo hice 
saber. Toda madre sabe que traiciona
a su hija, ¿o no? Tal vez.

No fue constructora de aeromodelismo.
No fue la corredora que yo no pude ser.
No fue la saqueadora de mi biblioteca,
Rimbaud o Brontë.
No fue la heroína de una novela.
Tenía solo ocho, su cuerpo perfecto
atrapado en el aire sobre la pileta 
saltando hacia el azul

(instantánea: 1982, Vence, reencuentro,
Menor No Acompañada, Air France). Ella es
la unidad fundamental de lo humano, dorada, piel marrón
sin alas pero en vuelo.

Ahora tiene pechos y nalgas que la aferran 
a la tierra. Relee libros infantiles en su cama
marinera: Mujercitas, Anne de los tejados verdes,
Azabache, Robin Hood,

en su ensoñación vuelve a ser niña
mientras habla de autos y de mudarse sola.
Los dieciséis son una sala de espera: mayor, menor,
cualquier cosa es mejor.

Cada día una cara de adulta todavía 
desconocida se sobreimprime en su cara,
girasol, mientras sale de la infancia
“brillante y asombrosa”

como una de sus canciones de cuna
(de un poeta ahora viejo, incontinente, 
aislado en una pieza con piedras y papeles;

antes un baladista

extravagante): gatos en invierno junto al fuego,
un mágico Rey Gato ronroneándole al cantante,
cruentos gritos de hambre de los gatos 
flacos de la calle.

Hace años la acariciaba y le cantaba.
Desde que le crecieron los pechos, no la vi
desnuda. El sudor de los niños
parece agua de lavanda, el suyo 
es mujeril, picante.

Cuando estaba enamorada de ella, 
con la tendencia del amante a mitificar 
al amado, ¿la conocía más que ahora, cuando
sabemos nuestros límites? 

Ahora ella es una viajera más:
trenza rubia, sombrero de hombre, jeans y un blazer
de tweed gris, empuja un bolso viejo en el carrito,
libre, en un aeropuerto

lleno de viajeros demacrados, que vienen y van.
Frena, me ve. Bajo el signo de ARRIBOS
nos abrazamos y levantamos el viejo bolso, una manija
cada una, sobre los hombros.

Cleis

She’s sixteen, and looks like a full-grown woman,
teenaged status hinted at by the acne.
I remember infancy’s gold, unblemished
skin. I remember

every time I scolded her, slapped her, wished her

someone whom she wasn’t, and let her know it.
Every mother knows she betrays her daughter.
Does she? Maybe.

She was not the builder of modern airplanes.
She was not the runner I never could be.
She was not the pillager of my bookshelves,
Rimbaud, or Brontë.

She was not the heroine of a novel.
She was only eight, with a perfect body
caught above the swimming pool, midair, leaping
into blue water

(snapshot: 1982, Vence; she joined me
Air France Unaccompanied Minor). She’s the
basic human integer, brown-skinned, golden,
wingless, but flying.

She has breasts and buttocks to keep her earthbound
now. She rereads children’s books in her loft bed:
Little women, Anne of Green Gables, Robin
Hood, and Black Beauty.

—dreaming herself back out of adolescence
while she talks of cars and her own apartment.
Sixteen is a waiting room: older, younger,
anything’s better.

Every day a little bit more a grown-up
face not known yet superimposed on her face
as it turns, a sunflower, out of childhood
“bright and amazing”

like one of her lullabies (by a poet
ragged, old, incontinent, isolated
in a walk-up cluttered with rocks and papers
now; a flamboyant

ballader, once): cats by the fire in winter,
magic cat-king purring beside the singer,
famine and despair in the cries of scrawny
cats on the pavement.

Years now since I stroked her and sang that to her.
Since her breasts grew, I haven’t seen her naked.
Infant sweat’s like lavender water; hers is
womanly, pungent.

When I was in love with her, with a lover’s
tendency to mythify the beloved,
did I know her better than I do now, when
we know our limits?

Now she is a traveler like the others:
blonde braid, man’s hat, jeans and a gray tweed blazer,
pushing one old duffle bag on a trolley,
free, in an airport

full of haggard voyagers, coming, going.
She stops, sees me. Under the sign ARRIVALS
we embrace, and heft the old bag up, one strap
each, on our shoulders.

                                                                       ***

De A stranger’s mirror (2015)

Gazal: una mujer

Del otro lado del río, en un huerto sobre la colina, una mujer

dijo: a veces un puñado de tierra roja puede satisfacer a una mujer.

Sigue siendo una oradora, aunque callada;
sigue siendo, aunque invisible, una mujer.

Amé a un hombre, amé una ciudad, amé un idioma.
Amé, interpretalo como quieras, a una mujer.

Nadie alzó su voz contra la ley que prohíbe la expresión,
hasta que un niño, hasta que un monje, hasta que una mujer…

¿Quién hubiera creído que dudarían en matar a un chico?
¿quién hubiera creído que dudarían en matar a una mujer?

Rita se cuelga su rifle al hombro frente al espejo.
Hay más de un modo en que un uniforme puede emocionar a una mujer.

La hakawati³ de pelo gris y ya sin pechos
que escribe palabras y las tacha es aún una mujer.

Ghazal: A woman

Across the river, in the orchard on the hill, a woman
said, sometimes a handful of red earth can fulfill a woman. 

She remains a speaker, although silent; 
remains, although invisible, a woman. 

I loved a man, I loved a city, I loved a language. 
I loved, make of it what you will, a woman. 

No one spoke up against the law forbidding speech, 
until a schoolboy, until a monk, until a woman . . . 

Who might have thought they’d hesitate to kill a child
who might have thought they’d hesitate to kill a woman? 

Rita shoulders her rifle in front of the looking-glass.
There’s more than one way a uniform can thrill a woman. 

The hakawati with gray hair and no breasts 
writing words and crossing them out is still a woman.

1. Un alba es un subgénero literario de la lírica que describe el disgusto de los amantes que, habiendo pasado la noche juntos, tienen que separarse al llegar la mañana.

2. Cleis o Kleis, supuesta hija de Safo de Lesbos.

3. Hakawati significa, en la tradición árabe, contador de historias; cuentista; como Sherezade.

 

Marilyn Hacker (Nueva York, EE.UU., 1942)

Poeta, traductora, crítica y profesora universitaria. A lo largo de una carrera de más de 50 años, Hacker se ha ido estableciendo como una voz destacada en la tradición de Robert Lowell y Adrianne Rich. Hija única de una pareja judía de clase trabajadora. Estudió en la New York University y vivió muchos años en Londres trabajando como librera. Algunos de sus libros de poesía son: Presentation Piece (1974), ganador del National Book Award, Taking notice (1980), Love, Death, and the Changing of the Seasons (1986), Going Back to the River (1990) ganador del premio Lambda, Winter numbers (1994) ganador de los premios Lenore Marshall y Lambda, Desesperanto: Poems 1999-2002 (2003), A stranger’s mirror: new and selected poems (2015), Blazons: New and Selected Poems, 2000–2018 (2019). Abiertamente lesbiana desde fines de los 70, es autora de una poesía a la vez feminista, política e íntima. Vive en París.

Florencia Fragasso (Buenos Aires, 1975)

Escritora, traductora y coordinadora de talleres de lectura y escritura. Tradujo a Marilyn Hacker, Elizabeth Bishop, Ted Hughes, Marina Colasanti y Alice Ruiz, entre otros. Algunos de sus libros de poesía son: La poda (Salta el pez), Melliza (Gog y Magog), Veinte sillas (Mágicas naranjas) y Extranjeras (Gog y Magog).
Foto: archivo personal

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